La crisis de la deuda soberana, a la que se añade en los últimos tiempos la desconfianza de las agencias de calificación sobre la solvencia de las entidades financieras, tiene ciertas semejanzas con los siempre dispuestos bolígrafos, ¡hasta que se estropean!, que usamos en nuestras casas y despachos profesionales. Para explicar la comparación de la aciaga crisis económica con nuestros cotidianos bolígrafos, nada como examinar sus diferentes piezas: la carcasa, la carga de la tinta, la punta y el muelle. Esto es, los cuatro elementos que integran el genial descubrimiento que el exiliado periodista húngaro Ladislao José Biro diseñaba en la Argentina de los años treinta. Pues bien, la carcasa del bolígrafo, ya nos decidamos por una opaca o por otra transparente, es como la dañada imagen de la deuda soberana. Da igual que esta nos permita ver la tinta existente, como que, por el contrario, sea oscura. Ni una ni otra gusta a las agencias. Si es mate, se nos dice que falta transparencia, y que estamos obligados a poner sobre blanco nuestra verdadera situación financiera. Y, si es blanca, y por lo tanto brindamos luz y taquígrafos sobre las cuentas públicas, entonces se esgrime que no es suficiente, que tenemos que cambiar hasta de diseño estilográfico ¡Ahí queda eso! Y no les digo si nos referimos a la tinta. Si el bolígrafo está lleno, se nos adelanta que la tinta no es de buena calidad, o que, ¡siempre hay disculpas a mano!, su color, ya sea azul o negro, no es el aconsejable. Siendo aún mucho peor, cuando se nos argumenta que el bolígrafo está medio vacío. Entonces todas las alarmas se disparan. ¡Pobre economía española! Como apunta la canción, «ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio; contigo porque me matas, y sin ti porque me muero». Mientras, la tinta, según pasan los días, se va consumiendo. Conducta que, faltaría más, es asimismo virulentamente criticada por los ortodoxos sabios anglosajones de ultramar. Las cosas no se ven tampoco mejor si nos fijamos en su punta, la verdadera innovación frente a las entonces usuales plumas fuente. Aquí, de nuevo, las admoniciones tampoco dan respiro. Si la punta es gruesa, se nos reprueba su trazo grosero y basto. Si es fina, se nos echa en cara la debilidad y poca visualización de la escritura. No quiero ni pensar lo que se escucharía en los sacrosantos emporios financieros, si nuestro bolígrafo soberano se despuntara o se secara. Mucho me temo que Mario Draghi, al frente del Banco Central Europeo, nos acompañaría personalmente a las mismísimas puertas del Infierno de su compatriota Dante. Allí pasaríamos a compartir lamentos y rechinar de dientes. Del muelle, ni hablarles. Da miedo, simplemente, mentarlo. Un muelle sometido a constantes esfuerzos, a causa de tantos recortes y ajustes. Da vértigo solo imaginar que con tanto trajín se atascase o rompiera. ¡No lo quieran los dioses de un cada vez más empobrecido Olimpo! Entretanto, la literata Merkel sigue empeñada en trazar la hoja de ruta con una flamante pluma estilográfica de marca Montblanc, impertérrita ante las dificultades de los proletarios bolígrafos latinos. Pero que se ande con cuidado la canciller escritora, vaya a ser que esta pierda tinta y se le emborrone el plan de ajuste. Ya veremos quién gana el pulso: si el bolígrafo o la pluma estilográfica.