Kodak

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

12 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Mañana se escribirá un capítulo más del fin del mundo que conocimos hasta ahora. Mañana se sabrá cuánto valen y quién quiere las 1.100 patentes tecnológicas que Kodak ha decidido vender al mejor postor para amortiguar la quiebra. Los inventores de la máquina de fotos digital han sido devorados por su criatura, en la que no supieron ver la revolución que escondía. Pasa como con los periódicos en Internet, que practican la antropofagia con los padres que les dan de comer. Paradojas de los tiempos. La agonía de la compañía que dirige el gallego Antonio Pérez es el símbolo en tecnicolor de este cambio de paradigma. Quizás no sea inteligente practicar la nostalgia con una multinacional, pero es inevitable añorar aquellas estructuras amarillas y negras previas a los píxeles que se llamaban carretes, y que escondían recuerdos con la misma fragilidad con la que los habías construido. Si algún jovencito está leyendo estas líneas debe saber que hubo un tiempo en el que las fotografías eran un misterio que se cocinaba con tiempo y cuyos perfiles debían ser fijados en un laboratorio, a oscuras y gracias a las misteriosas habilidades de un chamán. Pocas cosas había más emocionantes que la tensión aquella con la que abrías el sobre de las fotos, una vez reveladas, ibas deslizándolas una a una y comprobabas si el dedo había apretado el instante correcto y los líquidos habían congelado la mueca buscada. El mundo permitía menos correcciones que las que hoy facilita cualquier cámara del todo a cien, en las que la estampa perfecta llega tras infinitos borrados. Hubo un tiempo en el que las fotos eran algo mágico que te encontrabas en un cajón una tarde ociosa de domingo. Hoy se han perdido en el disco duro.