Resulta casi milagroso que en este país, alguien reconozca que ha perdido. Y, casi imposible, que alguien se haga responsable de una derrota y dimita. Ambas vicios, son de la partitocracia que padecemos.
Resulta habitual, que a nadie en los partidos políticos, y menos en candidatos electos, se le ocurra hacer autocrítica sobre culpables de la abstención, sobre todo en situaciones de emergencia nacional, que tendría que ser virtud de excelencia democrática para acudir a las urnas y promover la alternancia en el poder.
Galicia: La noche electoral, el candidato de los socialistas, hubo momentos que rebosaba alegría en la televisión. Cualquiera pensaba que, o no se había enterado del desastre acontecido, o le alegraba la victoria del PP, por motivos inconfesables. Evidentemente, nadie conjuga dimitir por las buenas, quizá para controlar su situación personal de futuro. Además, el único que levantó la voz fue Ismael Rego, cuya autoridad moral en política está muy tocada, por su trayectoria, su situación en el partido, y su propio historial de procedencia más allá de la política que le encumbró a puestos absolutamente impensables, por sus méritos profesionales no políticos.
Puede que hasta lo sucedido, rebotes incluidos, vuelvan a dar aires de superioridad al bachiller de Palas de Rei, José Blanco, olvidando su pertenencia a la corte ZP-Pajín.
Euskadi: Nunca tan poca categoría profesional ocupó tan altos puestos en listas electorales y por añadidura en el Parlamento Vasco. Urkullu, maestro de carrera, que nunca ejerció, pues lo suyo desde siempre fue la política en el PNV. Lleva seis legislaturas en la cámara de Vitoria; le conocí como hombre gris del grupo que lideraron Ardanza e Ibarreche; poco dotado para la dialéctica, entre otras razones por su escasez de conocimientos científicos, ya que en las juventudes del partido de Sabino Arana, lo que importaba era la defensa de Euskal Herría.
En el PP, bronca azuzada por Mayor Oreja. Señala a Basagoiti, y su escudero Oyarzábal que rozan el límite del «bono basura», ya que hasta en Álava, feudo tradicional de los constitucionalistas, han sido relegados al cuarto puesto. Oyarzábal, reparte mandobles a diestro y siniestro, como cuando vendía camisas Faconnable en su boutique de Vitoria.
Mientras, los profesores: Beiras y Mintegui, ocupan escaños donde reside la voluntad popular.