Prudente elogio del optimismo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

02 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

E l lamento por lo que nos espera en el 2013 ha sido entre la clase política casi general. Dejando de lado a los que están en la oposición aquí o allá, para quienes el «cuanto peor, mejor» es su divisa, ese anuncio de los males que llegarán con el año que comienza podría ser entendido, sin duda, como una muestra de responsabilidad de nuestros gobernantes centrales, regionales o locales. Aunque también cabría interpretarlo como una pícara forma de poner el parche antes que el grano: si el 2013 resultara tan malo o peor que el 2012, el Ejecutivo de turno podría argumentar que ya lo había anticipado; si, por el contrario, las cosas mejorasen, la consecuencia sería de cajón: la habilidad del que manda habría evitado una catástrofe. En conclusión, el que adelanta malas noticias gana siempre: si acierta, porque acierta; y si yerra, porque yerra.

No estoy seguro, sin embargo, de que ese pesimismo -escudo protector para quienes tienen la responsabilidad de decidir desde el Estado, las regiones o los ayuntamientos- sea, estando las cosas como están, socialmente positivo.

De hecho, solo hay que ver el exitazo en la Red del anuncio navideño de Campofrío -una inteligente y emocionante mezcla de sano optimismo y llamada a la autoestima nacional- para comprobar que todos necesitamos, como agua de mayo, que alguien nos ponga ante los ojos el hecho de que el país va a poder salir de esta y que quienes lo habitamos valemos más de lo que se empeñan en proclamar los especuladores que nos ponen a parir con la esperanza de que cuanto más nos denigran más aumentan sus posibilidades de negocio.

Por eso, en este primer artículo del año deseo hacer un elogio de las virtudes sanadoras de un optimismo prudente, de aquel optimismo de la voluntad que el intelectual Antonio Gramsci (1891-1937) contrapuso, con una fórmula genial, al pesimismo de la inteligencia: él mismo Gramsci, que fue capaz de escribir, gravemente enfermo, una gran parte de su brillante obra intelectual en la mazmorra en la que por sus ideas lo había recluido Mussolini, fue un vivo ejemplo de lo que puede ese optimismo del querer.

Tal es el que hoy necesitan los parados, para, contra viento y marea, seguir buscando un trabajo debajo de las piedras; los pequeños comerciantes para, superando dificultades, continuar con sus negocios; los empresarios grandes, medianos y pequeños para resistir la tentación de echar el cierre; los estudiantes, para no darse por vencidos; los padres, para confiar en el futuro de sus hijos y estos para no perder la fe en las esperanzas de sus padres; y todos, en fin, para arrimar el hombro por el porvenir de una país que ha sabido volver a levantar el vuelo en numerosas ocasiones pese a los agoreros, los aprovechados y los que con la extensión del pesimismo creen tener mucho que ganar.