Mientras los académicos de la UE siguen como papanatas los consejos económicos que exportan Harvard y Columbia, cuya esencia consiste en salir de la crisis mediante un abismo fiscal alternativo -sin dólares y sin Reserva Federal- creado en el Viejo Continente, la economía americana camina hacia una situación insostenible, que los demócratas y republicanos escenifican con creciente suspense. El hecho de que las soluciones se alcancen siempre al límite de plazo y con carácter transitorio indica que, antes o después, tratarán de exportar esta crisis al resto del mundo, y que, dado que la UE no picó el anzuelo de la expansión monetaria y el déficit benéfico, tendrán que comérsela -con China a la cabeza- los países emergentes.
Porque el dramatismo de la economía norteamericana no se expresa solo a través de esta extraña y periódica amenaza de entrar en un ajuste automático si el Congreso y el Senado no aprueban los parches que permiten convivir con niveles disparatados de déficit, sino porque la alternativa al abismo fiscal es seguir acumulando deuda de forma progresiva y acelerar las impresoras de moneda de la Reserva Federal, lo que, además de poner en duda la viabilidad de los servicios del modelo americano, amenaza la subsistencia del dólar como gran moneda de reserva.
Por eso no debemos caer en el error de pensar que la forma elegida para huir del abismo fiscal nos va a evitar la inminente recesión americana y otro rebrote de la crisis mundial. Porque si la bola financiera del Estado americano sigue creciendo, nadie podrá evitar que estalle. Y para que no siga creciendo, en Washington no podrán huir siempre de un ajuste que puede convertir en juego de niños lo que está sucediendo en la Unión Europea.
Con un déficit fiscal de 1,09 billones de dólares en el 2012, que es el cuarto ejercicio consecutivo en que se supera la cifra psicológica del billón de dólares, y con una deuda que ayer a mediodía se situaba en los 16.353.989.684.291 dólares, equivalentes a 52.055 dólares por habitante, resulta absolutamente incomprensible que, al socaire de la crisis, también Barack Obama se haya instalado en el «tira palante», como si estuviese aguardando ese milagro de la política monetarista que, con la acumulación de dólares en las economías emergentes y sin la complicidad suicida de Europa, ya no podrá producirse.
Por eso creo que los apaños alcanzados para evitar el abismo que tienen delante acercan a la mayor economía del mundo al abismo que tiene detrás, y que Stiglitz y Krugman harían muy bien si, en vez de explicarnos a los europeos por qué tenemos que crecer, empezasen a explicarle a Obama por qué necesita ajustar. Salvo que quieran seguir como siempre, con un imperialismo económico que, siendo incompatible con la estabilización monetaria del mundo, empieza a tener los días contados.