Parece que muchos no se han enterado de que cuando, hace dos años, los pueblos árabes del norte de África y Oriente Medio iniciaron una revolución social para acabar con los regímenes dictatoriales que los habían oprimido durante décadas, sin permitirles el desarrollo económico, salieron a la calle para pedir libertad y democracia. Rápidamente fueron cayendo las dictaduras, una tras otra. Pero la revolución árabe todavía no ha terminado.
Ahora, cuando los nuevos gobernantes empiezan a ejercer el poder, la gente que había pedido más libertad y democracia comprueba que no tienen aquello por lo que habían luchado. El paradigma es Egipto, donde el presidente Mursi ha concentrado el poder en el islamismo, sin ocuparse de los graves problemas económicos que sufre la población. Por ello han vuelto a la plaza Tahir nuevas revueltas populares que han causado varias víctimas. Lo mismo ocurre en Túnez. En Jordania las elecciones también pueden producir cambios que el monarca tendrá que asimilar. En Siria, la guerra civil ha entrado en su fase final, pero lo que venga es incierto. Vemos así cómo pasar de una dictadura a una democracia árabe no es inmediato ni sencillo. Turquía quizás pueda ser el modelo.