De momento, Rajoy esá obligado a destituir de forma fulminante a Ana Mato y a dejar de pagar a su exmarido Jesús Sepúlveda. Este es el mínimo democrático exigible al presidente del Gobierno. Si no lo hace, su credibilidad quedará muy tocada. Mantener estas dos situaciones insostenibles es enviar un mensaje demoledor a la ciudadanía: recibir regalos de una trama corrupta no acarrea ninguna responsabilidad política y al corrupto se le cobija en el seno del partido con un sueldo por no hacer nada. Pero aún debe una explicación prolija, tan extensa como sea necesario, de sus relaciones con Luis Bárcenas, el hombre al que ascendió a tesorero cuando ya existían fundadas sospechas sobre sus actuaciones. ¿Cómo fue posible que el supuesto guardián de la caja del PP se enriqueciera hasta acumular una fabulosa fortuna de al menos 22 millones? ¿Nadie se enteró de nada? ¿De dónde procede ese dinero? Rajoy no solo no se ha querellado contra el siniestro personaje que ha puesto patas arriba un país entero, sino que de su boca no ha salido ni una mala palabra para censurarlo. Debería continuar por aclarar de una maldita vez (él mismo, el tiempo de Montoro ya pasó) si Bárcenas y toda la banda gürteliana se han acogido a la nefasta y desmoralizadora amnistía fiscal. Es decir, que más allá de los papeles, cuya autenticidad está por dilucidar, «salvo alguna cosa», Rajoy tiene inaplazables decisiones que adoptar y explicaciones que dar. Por ejemplo, justificar cómo podía predicar moderación salarial en el 2011 mientras se aumentaba un 10 % el sueldo. Estamos ante una situación gravísima en la que los famosos tiempos de Rajoy ya no son válidos.