Le hacen homenajes en las televisiones, en los teatros, en los cines. Normal, su arte era genial. Le hacen homenajes porque Thomas Lainer Williams hace treinta años que falleció, un 25 del mes pasado de 1983 en Nueva York. Tenía 71 años y lo había escrito casi todo. Le hacen homenajes porque Thomas Lainer en realidad fue Tennessee, como el estado. Se puso ese nombre artístico con el talento que lo caracterizaba para apropiarse de la burla que sus compañeros le hacían por su acento del sur. Ellos se ríen, yo me rebautizo. Tennessee nació un 26 de marzo del 11 en Columbia, una ciudad del estado de Misisipi. Fue educado con rigor episcopaliano. Pero toda su vida consistió en romper esas ataduras. El zoo de cristal fue su primer brillo en Broodway. Y pronto su nombre se asoció al de los más grandes directores y actores. Detrás de Williams está Elia Kazan. Juntos adaptaron Un tranvía llamado deseo, donde Stanley Kowalski fue Marlon Brando en el teatro y en el cine. Pero es que Williams escribió los diálogos que pronunciaron Paul Newman, Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn, Montgomery Clift en La gata sobre el tejado de zinc, De repente el último verano o La noche de la Iguana, volcanes de sentimientos con la lava de las palabras.