La suegra de Urdangarin inauguró el pasado viernes la Feria del Libro de Madrid, donde yo tengo montada una caseta. En torno a ella, como el enjambre con la abeja reina -esa colega de profesión-, se desplazaba una marabunta de políticos y fotógrafos. Los de mi ramo, el ministro Wert y el secretario Lassalle, que no se hablan, los jefes de la tribu de libreros y editores, unos centenares de púbico en general, ese colectivo que de las casetas no quiere más que marcapáginas y que no compran un libro ni aunque los maten, y finalmente, como un abejorro con corbata, el periodista Rodríguez Rivero, cosas veredes. Yo de Sofía recuerdo las fotos que le hizo en Grecia junto a su madre y a Juanito el gran Enrique Meneses por lo del compromiso y la pedida. Luego ya cuando llevaba a nuestro chico Felipe al colegio en Canadá los libros de J. J. Benítez. Y la verdad, si esa es la relación que la reina tiene con los libros, estamos aviados. Pero la feria de Madrid, no me canso de decirlo, es la fiesta de la lectura, de los lectores. Vamos, de lo que no tenemos. Los libros son algo que los políticos utilizan para calzar mesas de caoba o para pisar papeles. Parece que en la horrorosa feria que organizan en Barcelona por san Jordi se vendieron muy bien los libros de Vicky Martín Berrocal. Yo ahora, ante cualquier contingencia, me pregunto: ¿qué haría Vicky? Pero hay que ser justos, Madrid no es Barcelona. Aquí están anunciados Jorge Javier Vázquez y Arturo Pérez Reverte, pero Vicky no sé si vendrá.