No todos los días Estados Unidos da la orden de retirar a su personal diplomático de más de una docena de embajadas por amenaza terrorista. No hay que ser un experto en inteligencia para deducir que, además de la interceptación de correos, los acontecimientos de las últimas semanas han elevado el nivel de alerta internacional.
En primer lugar, un recrudecimiento de la violencia sectaria en Irak, vinculada, en algunos casos a grupos de Al Qaida, por la cual solo en el mes de julio han fallecido 980 personas, así como un aumento de los atentados en Pakistán y Afganistán, alertan sobre el fortalecimiento de los terroristas en los países donde la intervención norteamericana ha tenido resultados nefastos.
En segundo lugar, la recuperación del Gobierno sirio por la falta de apoyo decidido de la comunidad internacional a los rebeldes, derivada del temor a la filtración de grupos radicales y terroristas, puede alentar actos de venganza de acólitos de Al Qaida tanto en Oriente Próximo como en Occidente.
En tercer lugar, la reanudación de las negociaciones entre Israel y Palestina, a pesar de los malos augurios sobre su éxito, puede animar a Hamás y afines a cometer atentados que provoquen la reacción judía y frenen otra vez las discusiones.
En cuarto lugar, el apoyo de facto al golpe de Estado en Egipto contra el Gobierno de los Hermanos Musulmanes podría animar a grupos radicales, ahora menos activos, como Gama'a al Islamiya y otros a tomar represalias contra los occidentales.
La pregunta es, además de cerrar las delegaciones diplomáticas, ¿cómo van a protegernos al resto de los ciudadanos, incluidos los que no somos norteamericanos?