El conflicto de Siria estalló hace tres años, mientras los llamados aliados -o la OTAN- se estaban espiando unos a otros y no pudieron oler la tostada. Quizá por eso, porque nuestros apoyos se hacen mirando al ombligo, tampoco pudimos enterarnos de que aquel Bachar al Asad, al que considerábamos clave para la estabilidad de la zona, era en realidad un terrible dictador que obligó al pueblo a cambiar libertad por muerte.
La guerra se inició hace más de dos años, cada día más cruel, cada día más injusta. Pero tanto tiempo transcurrido tampoco fue suficiente para que el Pentágono, la OTAN y las agencias de prensa internacionales sepan quiénes son en realidad los opositores a Bachar al Asad, si están unidos o enfrentados, si tienen capacidad de asumir el poder o caminan hacia una república de taifas armadas. Y por eso resulta casi imposible intervenir, porque, aunque es probable que el Gobierno sirio no resista más de tres semanas, nadie sabría qué hacer con la victoria, ni a quién entregarle el poder, ni si la guerra la habrían ganado los demócratas o los islamistas, ni si el protector pacis tiene que ser Obama, Putin, Ban Ki-moon o Netanyahu.
Y así está todo, con Afganistán en manos de las mafias y los señores de la guerra -¡vaya éxito!-; con Irak asolado por el terrorismo; con Egipto entronizando a los dictadores que liberan a otros dictadores; con Libia sumida en el caos absoluto, y con Siria a punto de entrar en la funesta lista de países salvados por la incuria y la mentira de los aliados occidentales. Al final iremos a Siria -¡faltaría más!- en «misión humanitaria». Sin saber a qué, ni a favor de quién; y sin fiarnos de Bachar al Asad ni de sus enemigos. E iremos diciendo que queremos paz y democracia, pero buscando en realidad un caos controlado del que nuestros intereses puedan beneficiarse. Y por eso los sirios, que creían que esto no podría ir a peor, tendrán que prepararse para una guerra subterránea de muchos años, sin que las generaciones actuales, ni siquiera los niños, tengan un horizonte de paz y bienestar.
El problema no son los pequeños conflictos que evidencian la guerra difusa y de larga duración en la que Bush nos dejó embarcados. El problema es que Washington cree que este es el mejor y único camino, y que su economía y su seguridad siguen dependiendo de hacer guerras interminables que ni siquiera necesitan ganar; y que Europa, bien acomodada a la sombra del primo de Zumosol y sumida en sus enredos internos, no existe como potencia política con proyección exterior, ni tiene más objetivos militares que vender armas y cubrirle la retaguardia a los americanos.
Así que, queridos sirios, preparaos para recibir a vuestros salvadores. A esos cuyas obras hablan por ellos, y por la ONU, en Afganistán, Irak, Libia, Egipto, Palestina? ¡Qué horror!