Unas personas sienten pasión por el fútbol mientras que otras ven en ello a unos señores corriendo detrás de un balón. Nosotros nos fijamos sobre todo en los 500 millones de audiencia que genera un partido de semifinales de la Champions League, aunque también nos maravilló Bebeto, y muchos años antes, Amancio. Cada cual elige algo como valor, siendo la agrupación de elecciones parecidas la expresión de la opinión pública. Decimos esto porque las encuestas difundidas sobre el apoyo popular a la candidatura olímpica de Madrid son concluyentes al respecto: la gente quería esos juegos en una proporción de 9 de cada 10 personas, porque en esa misma proporción se suponía que serían rentables o útiles en general para la economía, o para superar la crisis. En estos términos, la decepción ha sido considerable. El horizonte 2020 era idóneo para visualizar, junto a los juegos, la recuperación del empleo y el relanzamiento definitivo de la economía española.
Podemos decir que la gestión de esta aventura olímpica ha sido temeraria. Estábamos convencidos de que esto estaba hecho; no nos enteramos hasta la misma noche de la votación de que las apuestas daban ganadora a Tokio. Todo ha sido un desastre, desde la elección de los personajes que lideraron la candidatura hasta la España de Pacheco que se reunió en Buenos Aires a hacer eso del lobby que tan mal suena a la gente, porque se asocia a canapés, hoteles de lujo y compra de voluntades.
La gente no lo entiende, les parece injusto. Y tienen razón. Japón es una de las economías más grandes y consolidadas del mundo mientras que en España la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, y esto le da lo mismo a nuestros socios comunitarios, los franceses o los alemanes, que no quieren eurobonos, pero además prefieren Tokio a Madrid. Nos dejan a nuestra suerte en manos de nuestros políticos, como siempre, lo que nos recuerda que tendremos que cambiarlos por otros que nos obedezcan, y que tendremos que ponernos de acuerdo, las personas de Galicia, el País Vasco, Cataluña o Madrid, para salir de este pozo en el que nos han metido. Para definir la organización territorial que necesitamos, zanjar un asunto que aburre a las ovejas, y alcanzar de una vez objetivos comunes que nos permitan consolidar lo que tenemos, que no es poco. Por lo tanto, celebremos lo que nos hemos ahorrado, porque la rentabilidad de los juegos no era más que una ilusión, y enterremos junto a esta decepción la vieja política, para establecer un orden completamente nuevo, en el que se contribuye conforme se tiene, se paga conforme se debe y se organiza el territorio conforme a la voluntad de las personas: 7 de cada 10 ciudadanos del País Vasco quieren que su territorio sea un Estado, por poner un ejemplo. Y esto no es una desgracia, es un dato con el que construir.