Pasado el primer impacto de la explosión independentista de Cataluña, se impone una reflexión: ¿qué se hace? Está claro lo que harán los nacionalistas, porque lo ha dicho Artur Mas: buscar la explotación del éxito. La inmensa riada humana que ocupó 480 kilómetros, se dice pronto, va a ser interpretada como la voluntad mayoritaria del pueblo catalán con olvido absoluto de la otra mayoría silenciosa y, por tanto, va a ser utilizada como tarjeta de presentación ante los poderes del Estado. Y no conviene meterse mucho en discutir cuántos son independentistas y cuántos no, porque eso lleva a una conclusión: para salir de la duda hay que contarlos, y para contarlos hay que hacer una consulta; el famoso referendo.
Como solución política, se afirma que hay negociaciones entre personas designadas por Rajoy y por Artur Mas. Son negociaciones tan secretas que ni siquiera sabemos quiénes se sientan a la mesa. Otra vez nos encontramos, por tanto, en el habitual dilema de protestar por tanto secretismo o aceptarlo. Yo me inclino por la discreción. Una negociación así, si existe, ni se puede transmitir ni los negociadores pueden estar sometidos a la presión de los micrófonos que les persiguen o les esperan a la salida. La discreción está justificada con una condición: que sepamos que efectivamente se negocia y después se explique el éxito o el fracaso. Llevar el secreto a su propio desconocimiento crea la sensación de que el Gobierno central no hace nada y se deja todo el terreno al independentismo. Eso es lo que produce desesperanza y desolación.
Y después está la cuestión crucial: ¿hay algo que negociar? El nacionalismo crecido el día 11 se expresó con una claridad rotunda: hay que hacer la consulta en el 2014, que es el centenario mítico de una falsificación parcial de la historia, no total, como dicen los más centralistas. Y no hay que hacerla para modificar la relación con España, sino para irse. La señora Forcadell, líder de la Vía Catalana, dijo querer el Estado catalán ahora mismo, sin esperar siquiera a las elecciones del 2016. Y su mensaje-fuerza es que Cataluña solo tiene dos opciones: o vivir sometida o la soberanía plena. Si esa es la alternativa y esos son los horizontes, ¿qué margen se deja a los emisarios de Rajoy para intentar el entendimiento? ¿Alguien se imagina al jefe del Gobierno de España, sea quien sea, facilitando la ruptura nacional?
Veo la posibilidad de entendimiento difícil y lejana, por no decir imposible. Alguien tiene que bajarse de esas nubes que a veces rozan la irracionalidad. Y ese alguien no es Rajoy. Es Artur Mas. Lo malo es que le tiene que pedir permiso a Oriol Junqueras. Y este es el único que tiene claro adónde va y para qué.