La hora de la política

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

07 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En el Estado español deben caber todos los habitantes de lo que hoy llamamos España. Esto incluye también a los independentistas catalanes, vascos, gallegos y cualesquiera otros que habiten en este reino. Es algo que algunos conciudadanos empiezan a considerar casi imposible, pero no lo es. Ocurre solamente que ha llegado la hora de la política de verdad y con mayúsculas. Esa política que consiste esencialmente en llamar a las cosas por su nombre y no escatimar exigencia, comprensión y grandeza.

Como bien dijo Winston Churchill, «el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones». Es una magnífica definición de nuestro primer mal, políticamente muy extendido y muy repartido. Porque aquí todos están con la cabeza puesta en las próximas elecciones, sin que nadie piense en las generaciones venideras. Tal vez porque hoy, más que en otros tiempos recientes, nuestra política se ha convertido en lo que Bernard Shaw llamó «el paraíso de los charlatanes». El charlatán es la especie que más abunda hoy. Es ese interesado creador de problemas que trata de servirse de los ciudadanos haciéndoles creer que los sirve. No es difícil distinguirlos y sin embargo ahí siguen.

La democracia no consiste en la algarabía irrefrenable de soflamas que hoy se estila y que tanto enturbia el patio nacional. Muy al contrario, la democracia, para ser auténtica, necesita la virtud de la confianza, y esta no se ve por ningún lado. Lo cual significa que chapoteamos en una ciénaga atiborrada de mensajes interesados, banales, inciertos, irrespetuosos y contradictorios, destinados, no a acercarnos a la verdad, sino a alejarnos de ella. Es la realidad que explica por sí sola la creciente desafección social.

La política que necesitamos descarta la confrontación rupturista y entroniza la negociación respetuosa y comprensiva, es decir, la confianza en la propia política, que no consiste en despellejar al adversario, sino en dirigirse a él con credibilidad acreditada y siempre desde la firme determinación de acordar, conciliar y buscar la armonía social como el más alto logro político. Si esto no ocurre, seguiremos en el muladar de los charlatanes.