Hay acuerdo general en que aún padecemos una crisis económica devastadora. Pero nuestros males -y esto es lo peor- no se reducen a eso. Porque no solo atravesamos una crisis económica, sino también otra quizá todavía peor: una crisis ética desoladora. Basta escuchar a algunos zánganos de la política para percibir la dimensión del mal. Me refiero por igual a los interesados demagogos del «todo va bien» como a los líderes de verbo incendiario que solo hablan de derechos, fomentando así la insensatez social.
Y no cuento solo a los desvalijadores de bancos, Marbellas o Generalitats. Aludo también a tipos marginales y estrafalarios como Cañamero o Sánchez Gordillo, y a otros que tienen a mucha gente sensata detrás. ¿Cómo entender que, en plena crisis, jamás se les pase por la cabeza eso de los sacrificios necesarios para superar la situación? ¿No se dan cuenta de que sus ocultaciones y mentiras solo ceban la crisis ética que nos debilita?
Es fácil y cómodo culpar de todo a los demás. Y encuentro lógico que algunas personas -como Ada Colau, que se ha declarado de profesión «activista»- se apunten a ello. Es su oportunidad de ser oportunistas. Pero lo cierto es que no hay ética sostenible en los apaños en beneficio propio ni en exigir derechos y ocultar las contrapartidas de deberes u obligaciones. ¿De qué sociedad hablan? ¿Dónde triunfó su virtuosa ecuación?
La ética no es una cuestión menor. No en vano supone una racionalización de la moral, del deber y de la felicidad de los seres humanos y de los pueblos. En su base no pueden estar las falacias ni las ocultaciones, que contradicen el propio hecho moral. Sin embargo, algunos pretenden incansablemente que ese hecho moral -es decir, la ética- sea la parte más débil, si no excluida, de la actual argumentación política en España. Así asistimos a un espectáculo sin más rigor que el interés descarado que mueve a cada uno.
¿Qué se deriva de todo ello? El desprestigio de la política y la laxitud moral de nuestra sociedad. Si miramos en derredor, veremos que la mayor parte de nuestros políticos ya no se esfuerzan en disimular sus intereses, y menos aún aquellos que ya consideran la ética una antigualla. Pero la verdad es que hoy la antigualla la encarnan muchos de ellos y sus políticas.