Lo que más me intriga de Rosa Díez no es que haya sido reelegida líder de UPyD por más del 92 % de los votos de los congresistas. Lo más intrigante es qué congresistas pueden haber votado en contra, si UPyD es Rosa Díez y sin ella no habría partido. Lo cierto es que esta notable señora está siendo la política de moda, porque las encuestas le anuncian un buen futuro electoral, en su partido solo tiene el rechazo del 8 %, se permite poner contra las cuerdas al Gobierno asturiano, y ella se lo ha creído tanto que se empieza a ver en el Gobierno de la nación. Fulgurante. Me recuerda aquello que la leyenda urbana ponía en boca de Fraga al referirse a Loyola de Palacio: «Es el mejor hombre del partido».
¿Cuál es el mérito de esta mujer? Es trabajadora, inteligente, osada, ocurrente y con unas cuantas ideas sólidas sobre la unidad de España y la honestidad de los políticos. Como dirigente, ha conseguido que su partido sea más conocido por el nombre de su líder que por las siglas de esa fuerza política, algo insólito en nuestro sistema representativo. Como valor que podríamos llamar de mercado, creo que la gente aprecia que habla claro y se le entiende el mensaje. Y como mensaje, no hay más que leer los titulares de prensa de ayer al informar de su congreso: mucha España, mucho valor declarado frente a los que llamó chantajes y mucho rechazo de regalos, repudio al enchufismo y expulsión de imputados.
¿Y con eso se puede crecer en las encuestas y adivinarse como una fuerza política de gran futuro? Eso parece. ¿Y no dice nada de la crisis económica, de las pensiones, de la extensión de la pobreza o de la caída de las clases medias? Sí, lo ha dicho, pero no se publica, con lo cual es como si no lo dijera. Y, sin embargo, crece. Disfruta de un estado de gracia prodigioso y se beneficia de todo esto: tiene algo de conservadora, que le hace un siete al PP; presume de progresista y muerde entre los votantes del PSOE a base de explotar lo del «discurso válido para toda España». Y tiene un hiperliderazgo que anula todo lo que hay en su entorno y transmite imagen de fortaleza y unidad interna.
Esa es su magia. Y esta es la lección para los políticos de este tiempo: condena del discurso tibio y oscuro, rechazo a las indefiniciones y dobles juegos, contundencia ante los separatismos, pocos mensajes pero muy convencidos, ausencia de miedo a los adversarios, falta de convencionalismo en el lenguaje, estrategia para fomentar las contradicciones del contrincante y mucho desparpajo.
Que lo aprendan el PP y el PSOE, que las tendencias van por ahí. Es lo que pide una sociedad cabreada: puesta a no encontrar soluciones, por lo menos respaldar a quien lo denuncia.