Hagan lo que quieran. Somos libres, o deberíamos, de posar los ojos en lo que nos apetece. De dedicar el tiempo a lo que nos seduzca. Cada vez que se acerca la Navidad la oferta de libros y autores se multiplica hasta el infinito y no puede ser más plural. Y ahí están con una fuerza inusitada robando el espacio a escritores de verdad todo tipo de personajes. Hay expresidentes que seudo se confiesan tarde y poco. Hay exvicepresidentes que dicen sentencias increíbles como que no tenían que haber estado en un segundo Gobierno (haber dicho que no). Hay princesas del pueblo que hacen públicos sus desmanes ¿a la búsqueda de la redención? Hay galanes con la altura reducida a su presencia física que publican memorias, como si sus correrías fuesen memorables. Hay de todo, como en botica. Ya saben que hay filósofos que dicen que aquello que decides no ver, y mucho menos mirar o admirar, no existe. Si no posas los ojos en todos esos libros, no formarán parte de tu vida. Esta teoría cojea hoy un poco con el chapuzón mediático y maniático al que estamos sometidos, con la presencia orwelliana del pertinaz ojo total de Internet. Pero aún están a tiempo de pasar de largo de esas novedades y disfrutar con la nueva traducción al castellano de Gallego Urrutia de una obra maestra como Los miserables. Para unos tiempos miserables nada como leer a Víctor Hugo describiéndolos en su filigrana.