No queda más remedio que aceptar que la sociedad necesita personas que la dirijan. Uno no se puede ocupar de todo, y necesita gente con tiempo libre y conocimientos para hacer los recados y arreglar las cosas: recoger la basura, hacer una carretera, contratar a los médicos que nos meten palos en la garganta, cosas así. Eso está bien y debemos reconocerlo y remunerarlo. Lo malo es cuando el replicante toma vida propia y se desentiende de su creador, o más líricamente, votante. Lo de Gamonal cae en un momento de crispación y los gamonenses, que ya andan calientes con todo, y además ahora sí que tienen tiempo libre para ocuparse de sus cosas, han salido a retomar el control de su calle. Aquí ha habido gamonales silenciosos, como el que, junto a la Marina coruñesa, nos robó la vista de la bahía para montar una gran caja de galletas. Usted que lee esto está pensando ahora en los gamonales de su pueblo, que seguro que alguno tiene. En el fondo son como las maletas de las películas malas, que se nota siempre que están vacías. Y es que Gamonal en realidad es el símbolo de la más absoluta y descarnada falta de confianza entre unos vecinos y otros, los que pagan para que les hagan las cosas, y los que cobran por hacer lo que deciden que más conviene. Al final el alcalde de Burgos, tras un alarde de arrogancia, no ha tenido más remedio que parar las obras. Porque la otra opción era marcharse con las manos en los bolsillos al bar de abajo y volver de nuevo a ser un vecino del montón.