Hay cifras redondas que ejercen fascinación. Un millón, por ejemplo. Un millonario -ayer en pesetas, hoy en euros- es una persona rica, credencial que solo puede reforzarse anteponiéndole el prefijo multi. Un millón de dólares necesitó el personaje interpretado por Robert Redford para doblegar la virtud de la dama encarnada por Demi Moore. El precio de una noche entre las sábanas. Pero, tratándose de países enteros, la escala, lógicamente, aumenta: al millón hay que colgarle seis ceros más. Y España lo consigue: es un país billonario. Triplemente billonario.
El PIB español asciende a poco más de un billón de euros: grosso modo, esa es la renta que nos repartimos cada año. La riqueza financiera neta de las familias -995.993 millones en septiembre último- también se acerca al billón de euros: esos son nuestros ahorros, una vez descontados los préstamos que aún no hemos devuelto. Y la deuda pública, después de la fenomenal escalada de los dos últimos años, está a punto de rebasar el listón del billón de euros.
Tres magnitudes, tres billones, que el lector puede utilizar como baremo para evaluar su situación personal. Pero transformémoslas, primeramente, en términos manejables: un billón de euros equivale, aproximadamente, a 22.000 euros por cada español. Ahora empezamos a entendernos. Una familia media de cuatro miembros, en una España utópicamente igualitaria, debería ingresar 88.000 euros al año por todos los conceptos, incluidas rentas en especie como la educación y la sanidad públicas. Y los ahorros de esa familia, en dinero, depósitos bancarios, acciones y otros valores, deberían superar a sus deudas en otros 88.000 euros.
Mayor dificultad comporta distribuir equitativamente el billón de euros que adeudan las Administraciones públicas. Hay quien nos tienta con una vía equivocada: puesto que el Estado somos todos, cada español debe 22.000 euros a sus acreedores. Pero olvida que gran parte de los prestamistas son también españoles: poseedores de bonos del Tesoro que cobran puntualmente sus intereses y esperan recuperar su inversión al vencimiento.
El PIB comienza a levantar cabeza y la riqueza financiera repunta, pero las desigualdades crecen escandalosamente. Los acreedores han vuelto a conciliar el sueño y los millonarios se aprestan a seducir a Demi Moore, al tiempo que la mayoría se aleja velozmente de aquel utópico promedio igualitario. Como ocurría en la parábola del medio pollo per cápita que antaño dibujaba El Perich: el potentado se zampaba el pollo con fruición y el andrajoso se conformaba con algún hueso.