¡Han descubierto que en Siria se mata!

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luís Barreiro Rivas EL HORROR DE SIRIA

OPINIÓN

22 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Obama, que espió el iPhone de Merkel, no sabía que en Siria se mata y tortura a esgalla, que lo hacen los dos contendientes, y que todos utilizan tan terrible material para su propaganda. Y la OTAN, que existe para esto, tampoco sabía nada. Y así hubiese terminado la guerra si no fuese porque una desinteresada coalición entre Catar -luchador por los derechos humanos- y The Guardian -que jamás vendió su alma por una primicia-, logró convertir los secretos de la guerra en una noticia que dejó boquiabiertos al Pentágono, a la OTAN, al Moshad, a Bachar al Asad, e incluso a los rebeldes, que, dado que solo combaten por la democracia y por Mahoma, y no torturan a nadie, tampoco se lo pueden creer.

Es la historia de siempre, la misma que refleja la película Casablanca en la famosa escena en la que el Renault clausura el Rick?s Café. «¿Con qué derecho -dice Rick- me cierra usted el local?». Y responde el comisario: «¡Qué escándalo, qué escándalo! He descubierto que aquí se juega». La escena termina igual que va a terminar la guerra de Siria, cuando el crupier Ban Ki-moon se acerque a Obama y le diga: «Sus ganancias, señor».

Claro que, lo que en Casablanca era romanticismo, se configura en Siria como una historia maldita. La época actual empieza con Hafez al Asad, que mediante un golpe de Estado instaura una dictadura feroz. La popularidad de Hafed, que participó en dos guerras contra Israel, ocupó el Líbano, y entregó su país a los rusos, se debe a que luchó contra la unificación de Siria y Egipto, impidió una reestructuración jerarquizada del Medio Oriente y se convirtió en lo que en el Pentágono llaman «un factor de estabilización».

Hafed murió de infarto en el 2000, y fue sustituido por su hijo Bachar al Asad, que, tras algunos coqueteos con Occidente, para hacerse tolerar, no tuvo más remedio que radicalizar su alianza con Rusia a causa de los Balcanes y de la carrera nuclear de Irán. Y todo fue a peor. Al Asad se hizo un dictador más fiero, y los occidentales se la juraron. Y por eso vieron el cielo abierto cuando apareció una insurgencia fragmentada y entreverada de fundamentalismo que armaron y jalearon para recuperar el control de la zona. Daba igual -como en Libia- quiénes eran, porque el objetivo era poner en Siria unos títeres nuestros. Pero Putin no se dejó amilanar. Y todo Occidente tuvo que girar de nuevo hacia el dictador por si la victoria caía de su lado.

Pero los rebeldes ya estaban armados, la guerra era total y los civiles eran masacrados a placer. Y Al Asad volvió a ser «garantía de equilibrio». Hasta que llegaron los cataríes, que, temiendo su derrota, decidieron involucrar a los tribunales. La OTAN y el Pentágono descubrieron ayer, como Renault, que «aquí se juega». Y todo el escándalo entra en un nuevo capítulo de terror, mientras nosotros estamos preocupados por lo importante: el copago y la intolerable dictadura del alcalde de Burgos, donde los vecinos han cerrado -de momento- el «Lacalle?s Café». Y lo peor es que ya no nos queda París.