Vaya por delante que no tengo ninguna duda de que si el juez Elpidio Silva hubiese encarcelado a otra persona que no fuese Miguel Blesa, no estarían juzgándolo por un delito de prevaricación. Cometió la imprudencia de meterse con un amigo de los poderosos, y eso en España se paga. No opinaré sobre el exbanquero, por eso de la presunción de inocencia, pero debo decir que me resulta imposible mentar a este hombre sin recordar a tantos miles de preferentistas, la mayoría de ellos gente de avanzada edad, a quienes con engaño determinados bancos se les quedaron con los ahorros de toda su vida. No obstante, el comportamiento del juez Silva en las primeras sesiones que se siguen contra él en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid fue esperpéntico. Se rio de la Justicia, de sus compañeros de carrera judicial, y de la ciudadanía en general, la cual, después de este numerito circense, habrá, si cabe, empeorado su concepto de la Justicia. Consiguió su objetivo de suspender el juicio, pero lo podía haber logrado igualmente sin la necesidad de haber puesto colorados a todos los juristas de este país. Las formas dentro de una sala de justicia deben ser sagradas. Con la venia de todos los jueces españoles, para preguntarles cuántos de ellos hubiesen tenido la paciencia franciscana de su compañero Arturo Beltrán.