Gamonal 2: la república que viene

OPINIÓN

02 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La razón por la que Santiago Segura está rodando Torrente 5 es que el público acudió en masa a ver Torrente 4. Y la razón por la que los mochileros e indignados ponen patas arriba el barrio de Sants, e imponen su algarada sobre la legitimidad del Ayuntamiento de Barcelona, es porque España entera jaleó el ninguneo del Gamonal al alcalde de Burgos, y porque está demostrado que la crisis está trasladando la autoridad desde la ley y las instituciones democráticas a las masas que irrumpen en la calle rompiendo escaparates, quemando contenedores y convirtiendo en exigencia indiscutible lo contrario de lo que diga el alcalde. A pesar de las experiencias de Burgos, Valencia, Madrid y Barcelona, España dista mucho de ser un país desordenado o caótico. Pero lo que empieza a ser evidente es que si todo va bien es porque la mayoría de los ciudadanos somos serios, honrados y trabajadores, y porque tenemos interiorizados los principios de legitimidad, autoridad y convivencia. Porque si dependiésemos de las autoridades, la calle ya sería de los ocupas, los indignados y los que, sin ser ni una cosa ni otra, disfrutan un montón acorralando a una casta de políticos a los que consideran esencialmente corruptos, torpes, egoístas e indignos. El paralelismo entre Burgos y Barcelona -más allá de que empiecen por B- es llamativo. Tanto Sants como el Gamonal fueron ayuntamientos independientes, absorbidos por la ciudad, que mantuvieron su identidad al socaire de una marginalidad impostada que, con la ayuda de la crisis, se convirtió en dogma.

En los dos casos hay una legítima decisión del ayuntamiento, estudiada y trabajada durante años -el arreglo de una avenida, o el derribo del centro okupa de Can Vies- que se convierte en la disculpa para echarle un pulso al gobierno. En los dos casos hay un apoyo inicial de la ciudadanía a los mochileros, con el que se quiere expresar al mismo tiempo el desprecio de la política y la convicción de que todo se puede arreglar rompiendo lunas, quemando contenedores y apedreando a la policía. Y en los dos casos se produce un inesperado giro de la autoridad -un cambio de caballo a mitad de carrera- que deja a los alcaldes con el culo al aire, convierte a los policías en lacayos de los políticos y en puros represores de un orden nuevo que quiere emerger, impone la algarada sobre las decisiones legítimas, convierte a los mochileros en representantes preferentes de la sociedad, y pregona a los cuatro vientos que, en contra de lo que siempre se dijo, en España se retribuye la violencia sin pudor, sin ética y sin inteligencia.

Por eso, si yo fuese el divino Pablo Iglesias, el de Podemos, subiría mañana al balcón de la Puerta del Sol y proclamaría la república popular. Porque antes o después vendrían un gerifalte y dos millones de ciudadanos a darme la razón.