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Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

16 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

A nuevos males, remedios retro. En Alemania y Rusia estudian la solución para combatir el espionaje de última generación: máquinas de escribir. Prescindir de los taimados artefactos que dejan miguitas o que encienden directamente carteles luminosos por las autovías digitales. Como lo de espiar a otros no es negociable y Alemania y Rusia son imperios oficiosos, no desentonarían los correos del zar Putin, siempre con su sobre cerrado con sello lacado, cruzando media Europa para entregarle discretamente las últimas amenazas sobre el suministro de gas a la todopoderosa Angela Merkel (atención, Tom Cruise, que aquí hay material para hacer posible la próxima Misión imposible). Sería una tentación borrar de forma arbitraria aquellos avances que no convienen. Kodak hubiera incendiado de buena gana las fábricas de cámaras digitales. Los enterradores se habrían incautado de cajas de penicilina. Después de lo ocurrido con cajas y bancos, más de uno se hubiera apoyado una ley en defensa del ahorrador del calcetín y del colchón. Y los dueños de tiendas de ultramarinos, asediados por el espárrago chino, hubieran exigido: «¡Que paren la globalización, que yo me bajo!» Porque, como le sucedió al Gobierno alemán con la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, muchos se han sentido traicionados cuando se han utilizado los milagros tecnológicos para dividir sus panes y sus peces. Pero a ellos les dijeron que el mundo no se para, que no espera, que hay que adaptarse a los nuevos tiempo porque de lo contrario serán ciudadanos y empresas con obsolescencia programada. Les repitieron que este autobús no tiene marcha atrás por mucho que se mareen los pasajeros de la última fila. La cruda realidad. Con o sin Olivetti.