La consecuencia más grave del secesionismo catalán es la demolición de sus partidos y de su clase política. Y el mejor ejemplo de este proceso es Jordi Pujol, que empezó la transición revestido de europeísta y hombre de Estado, y que va a cerrar su larga biografía convertido en un presidente bananero, que se forró con el mal uso del poder, y que llevó sus billetes de 500 ? a Andorra, un Estado de juguete que funciona como un enclave opaco para operaciones cutres. El problema puede ser puntual o estructural, y puede tener dimensiones normales o apocalípticas. Da igual. Pero lo que no podremos perdonarle a Pujol es que el mismo hombre al que le dimos toda la credibilidad de un líder esencial de la Transición, y al que tuvimos por un paradigma de la moderna clase política del postfranquismo, acabe sus días como un concejal primerizo de un pueblo pequeño, sisando pasta e impuestos, y refugiando su vergüenza en la herencia de un padrea fallecido. Lo que más enfada de este asunto es que aquel paradigma que todos alabamos y quisimos imitar -«¡tranquilo, Jordi, tranquilo!»- aquel político necesario al que rescatamos del pecado original de Banca Catalana comiéndonos los sumarios en un atracón de Estado, y mirando hacia delante como si sus servicios convalidasen su falta, aquel Jordi Pujol que le dio tanta lecciones a todo el mundo, cierra su biografía chorizando sus impuestos, financiando a su familia con dinero negro, y sirviendo de cobertura a una clase empresarial y financiera que, mientras miraba con desdén a Andalucía y Galicia, mantuvo la tradición de tener algunos millones opacos, por lo que pudiera pasar, en un banco de Andorra.
Aquel eslogan de «España nos roba», que hasta hace dos días no era más que un insulto lamentable y orgulloso, servido en bandeja a las masas ignorantes, se ha convertido desde ayer en un sarcasmo degradante para todos los que se adhirieron a él, o en el escupitajo despreciable que, lanzado contra el cielo, le cae en la cara a los mismos que lo utilizaron como arma infalible para sus atrabiliarios destinos. Y es que lo que muchos ya sospechaban y unos pocos sabíamos, que el proceso catalán trae causa del desastre de gobernación y gestión que frenó en seco las megalomanías políticas de tan precioso y rico país, se hace evidencia indeclinable con la historia de Jordi Pujol, que en realidad no es más que la guinda que corona un iceberg de corrupción en el que ya figuran por derecho propio Banca Catalana, la financiación de Unió, el caso Palau, el caso Pallerols y muchos otros de menor cuantía. Pero lo que más le duele a Pujol no es Cataluña y su imagen. Lo que no podrá soportar nunca más es acabar como un pillo, haciendo evasiones cutres con estilo bananero. Y dejar más claro que el agua que era un ídolo con pies de barro y pintado con purpurina.