La historia sin fin

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

28 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El politólogo estadounidense Francis Fukuyama arrasó hace veintidós años con un bestseller titulado El fin de la Historia y el último hombre. En este libro sostenía que había concluido la historia humana concebida como una lucha entre ideologías. Porque las ideologías ya no eran necesarias y estaban siendo sustituidas por la economía y, en breve, por la ciencia y, más en concreto, por la biología y sus muchos descubrimientos.

Cuando escribió el libro (1992), Fukuyama era ya uno de los neoconservadores brillantes que trataban de vendernos la burra de un mundo nuevo, que llegaría con la presidencia del guerrero republicano George W. Bush. En los años en que éste mandó, Fukuyama firmó textos con Dick Cheney, Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld, Robert Kagan o Richard Perle, es decir, con la flor y nata del pensamiento bélico ultraliberal.

Pero los años han pasado en vano y el entusiasta Fukuyama fue perdiendo la fe en el neoconservadurismo estadounidense, el cual, a su juicio, se ha ido convirtiendo, en la práctica, en un unilateralismo político, especialmente desacertado en sus acciones en Oriente Medio. Fukuyama estuvo abiertamente a favor de la segunda guerra contra Irak (segunda guerra del Golfo), pero, a la vista de los resultados, ocurre que ya no está nada seguro de que la lucha ideológica haya llegado a su fin. Y si no hemos estado caminando hacia el final de la Historia, ¿qué ha sucedido en este tiempo? Francis Fukuyama no lo tiene muy claro. Observa que la mayoría de los países se van adaptando a la democracia liberal, pero no se fía. Porque, ¿hacia dónde está yendo Venezuela? ¿Hacia dónde avanza China? ¿Cuál es el horizonte que está pintando la Rusia de Putin? No, no era tan fácil que se cumpliese su llamativo y rentable pronóstico sobre el fin de la Historia. Tal vez por ello ahora defiende -como estrategia de las democracias- reforzar las instituciones estatales en los países pobres o menos avanzados. Pero esto no pasa de ser puro voluntarismo político. La realidad es que la Historia, no solo no ha terminado, sino que en ella están asomando brotes del pasado fácilmente identificables. Es lo malo de los vaticinios hermosos: que no siempre se cumplen.