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Rubén Santamarta Vicente
Rubén Santamarta PAISANAJE

OPINIÓN

21 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En la prehistoria de Internet, cuando aún se usaban las cabinas de teléfono, un chaval asombraba con su primera película, Tesis. La trama de aquella cinta ha envejecido regular. Pero su idea central, no: la atracción por las imágenes violentas, dolorosas, por el sufrimiento, por la muerte, en fin. Cuando en la película, una presentadora avisa de que se van a proyectar «imágenes que pueden herir la sensibilidad», vemos cómo ni un espectador aparta su vista de la pantalla. Igual que giramos la cabeza en la carretera para ver cómo ha sido ese accidente.

Casi veinte años después de aquel estreno de Amenábar, en YouTube, una de las mejores cosa que ha dado Internet, hay, según un búsqueda rápida en español, al menos 1.800 «contenidos sensibles». Junto a miles de secuencias que se distribuyen a diario (series, informativos, tertulias...), han contribuido a algo muy peligroso: la banalización, por repetición, de la violencia. Todo el dolor a un clic. Ignoro si entre esos vídeos está el atropello mortal al piloto Marco Simoncelli, que vieron millones de personas en directo; o la lenta agonía de la niña Omayra Sánchez, que se grabó durante horas. Ayer ese aviso precedía a la cinta en la que un anónimo enlutado desde la cabeza degolla al periodista James Foley. La Red como plataforma global de expansión del miedo. Y lo hacen muy bien. Porque (e inquieta no saber muy bien por qué), pese a todo, le damos al play. Pero no es Homeland.