El último informe trimestral de la Defensora del Espectador de TVE señala que los espectadores se han quejado de «dar demasiadas noticias de las familias Pantoja y Ortega Cano» en sus programas de corazón. Y aunque no cuantifica las protestas, sí las incluye en el apartado «mayor número de quejas».
No es de extrañar este reproche mayoritario, porque ver esos contenidos en el programa Corazón es sufrir arritmias, anginas de pecho y algún que otro infarto. Que la cadena pública nacional alimente la casquería -con glamur, sí, pero casquería al fin y al cabo- al ritmo y con las maneras que lo hace es la constatación de un desgobierno que los nuevos responsables habrán percibido. Los contenidos de ese género se saltan elementales principios periodísticos y muchas de las líneas programáticas que deben inspirar una televisión pública de calidad.
Comprendo las quejas, porque la entrada en la cárcel de Isabel Pantoja ha sido una cuenta atrás iniciada desde cien, e igual camino llevaba la de sus días entre rejas. Falta de pudor, ausencia de límites, regocijo expedido con sonrisa por las presentadoras. Y tampoco se quedan atrás las horas dedicadas a las rencillas y reencuentros entre la baronesa Thyssen, su hijo y su nuera, de tal forma que tras ensañarse durante meses en sus enfrentamientos y calificarlos de irreconciliables, cuando han alcanzado la deseada armonía familiar esta es la percha para recordar sus odios de antaño. Más clavo sobre el mismo yunque.
Otro tanto ocurre con Ortega Cano, sus peripecias penales y carcelarias, sus problemas con un hijo adoptado problemático y una hija que se siente desamparada. Supuestos periodistas de productoras sin escrúpulos que formulan preguntas torticeras mientras arremeten con el micrófono por cualquier hueco que encuentran, y que si no obtienen respuesta del acosado la guionizan para no dar por perdida la faena ni el paupérrimo salario que perciben.
Corazón se ha travestido de programa vergonzante que con su peso en la parrilla impide que otros de notable factura puedan contrarrestar tanta infamia. El actual es un baldón para TVE, una rémora que acosa y derriba al que cae mal y empalaga hasta la náusea al que cae bien. Otro debería volver a tratar los contenidos de ese género periodístico como empezó: con respeto y sin hostigar, porque en caso contrario los espectadores harán como en la canción de Pedro Infante: «Si después de sentir tu pasado / me miras de frente y me dices adiós / te diré con el alma en la mano / que puedes quedarte porque yo me voy».