Hoy tendremos a Mario Draghi hasta en la sopa. Quien guste de ver los telediarios, hojear los periódicos o escuchar la radio comprobará cómo el presidente del BCE eclipsa a Belén Esteban o a Olvido Hormigos y sus cuitas en Gran Hermano. Trending topic asegurado. ¿Y saben por qué? Porque el italiano ha decidido -o lo han dejado, por fin- enfundarse el mono de trabajo, engrasar la máquina de fabricar dinero y comenzar a imprimir billetes calientes para provocar el deshielo económico en Europa. Aventuran los expertos que repartirá más de medio billón de euros, mediante la compra de deuda, para regar el páramo de la eurozona.
La iniciativa, aunque tardía, es positiva. Llega cinco años más tarde que en Estados Unidos. Se produce cuando el helicóptero de la Reserva Federal que esparcía dólares a diestro y siniestro ya ha cumplido su misión -la economía norteamericana ha superado la crisis, el paro baja del 6 %- y comienza su repliegue hacia el hangar. Retraso que explica, junto con la prematura retirada de estímulos fiscales, por qué la vieja Europa camina, rezagada y renqueante, por el filo de la deflación. Ha sido precisamente el avistamiento de ese abismo el que ha llevado al BCE a imitar, con un lustro de demora, al primo americano.
Antes de que Draghi comience a disparar, la percepción de que estaba dispuesto a desenfundar su arma ya ha tenido efectos benéficos. En julio del 2012 evitó con una simple advertencia que la moneda única saltara por los aires: «Haré lo necesario para salvar el euro. Y, créanme, será suficiente». Bastaron esas palabras para hilvanar un euro que se deshilachaba: la prima de riesgo dobló la cerviz y los costes de financiación, insoportables en países como Italia o España, iniciaron el descenso. Pero también la decisión que Mario Draghi anunciará hoy, salvo sorpresa mayúscula y catastrófica, está descontada en gran medida por el mercado. La progresiva depreciación del euro frente al dólar y los tipos de interés de la deuda en mínimos históricos prueban que los inversores tenían subrayada en su agenda, con lápiz rojo, esta fecha. Y en función de esa anotación, ya anticiparon sus decisiones. No queda, pues, mucho recorrido.
Que el dinero fresco sirva para apuntalar la reactivación económica dependerá de los detalles. Del cómo y del cuánto. De hasta dónde pretende llegar el BCE y de hasta dónde se lo permita Alemania. La inyección debería impulsar el crédito, pero hay dudas de que exista demanda solvente. Debería seguir depreciando el euro, tal vez hasta conseguir su paridad con el dólar, para aumentar la competitividad de la eurozona. Debería generar alzas de precios, para ahuyentar al fantasma de la deflación. Y debería aplazar la explosión de la burbuja de la deuda pública y privada, una bomba que solo puede ser desactivada definitivamente de dos maneras: mediante su reestructuración negociada o a través de un fuerte crecimiento económico y elevadas tasas de inflación. Aquí no cabe una tercera vía.