Y la vieja sumisión de las mujeres libres

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

18 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando leí ayer el reportaje en que La Voz se hacía eco del informe de UGT sobre la brecha salarial que existe en España entre hombres y mujeres, recordé una reflexión de Víctor Hugo que, formulada hace más de una centuria, da en la clave, sin embargo, de una ignominia que las modernas democracias no han logrado eliminar: «La primera igualdad es la equidad». ¿Cómo negarlo?

La condición imprescindible para que pueda hablarse de igualdad es tratar del mismo modo a quienes se encuentran en situaciones similares -no otra cosa es la equidad-, reservando el trato desigual para quienes se hayan en posiciones diferentes. Los Estados sociales admiten, en efecto, las llamadas discriminaciones positivas (que protegen, por ejemplo, a los que sufren una minusvalía física o mental), discriminaciones de derecho que persiguen combatir, hasta erradicarlas, las desigualdades de hecho.

¿Hay razones para que, como afirma el informe de UGT, nuestras trabajadoras deban cotizar once años y medio más que los varones para cobrar igual pensión?

¿Las hay para que la brecha salarial entre unos y otras sea en nuestro país, como media, del 24%, habiéndose incrementado con la crisis hasta los niveles que tenía en 2002?

Salvo que uno sea un machista de comedia o un tonto de remate, la respuesta es evidente: ese escándalo es injustificable y solo explicable por un prejuicio histórico contra el trabajo de las mujeres que ha sido aprovechado por muchos empresarios (no por todos, desde luego, ni por las administraciones públicas, que pagan sin hacer diferencia entre hombres y mujeres) para aumentar beneficios a costa de discriminar a trabajadoras cuyo sexo no tiene nada que ver con su rendimiento laboral.

Muchas mujeres, claro, tienen hijos, y ello se traduce inevitablemente en su trabajo. Pero, al margen ya de razones de justicia y equidad, en un país, como el nuestro, con un gravísimo problema demográfico, el hecho de la maternidad debía ser premiado con más motivo, si ello cabe, y no castigado, salvo que estemos dispuestos a irnos extinguiendo poco a poco.

Vista la situación en perspectiva, no deja de resultar bochornoso, en fin, que el dato de que el rendimiento escolar de las alumnas sea en general superior en todos los niveles educativos al de sus compañeros varones se traduzca finalmente en una brecha salarial en favor de estos últimos, que no tiene otra explicación que la combinación perversa entre unos prejuicios inveterados y un abuso de posición dominante por virtud de la cual quienes tienen más dificultades para encontrar donde trabajar acaban, por eso mismo condenadas, a cobrar menos que los hombres.