Sobre la lápida que tapa los restos de Adolfo Suárez en la catedral de Ávila se lee el epitafio: «La concordia fue posible», frase alusiva al período de la historia de España que el político vivió al frente del Ejecutivo.
El lunes, 23 de marzo, hace un año de su muerte y ese breve texto que resume la Transición española lo quiere mancillar una formación neocomunista que se llama Podemos. Y esta formación, que quiere poner todo patas arriba y romper los consensos constitucionales que construyeron comunistas, socialistas, liberales, conservadores, derechistas y nacionalistas entre 1975 y 1978 para alumbrar la Constitución, es la que acude al misticismo, al lirismo, al mesianismo, a los sentimientos, a la esperanza, a los sueños y al populismo para engañar al electorado y no presentar un programa de Gobierno creíble y realizable.
Sobre la Transición se ha escrito y publicado mucho y en muchos idiomas y formatos, pero conviene insistir en ella a quienes irresponsablemente quieren dar al traste con un proceso que dejó atrás una dictadura y permitió a los españoles regirse por una Constitución que consagra un Estado social y democrático de derecho, y propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
El socialista Alfonso Guerra, uno de los principales protagonistas de esa época, declaró recientemente que la Transición «tenía una parte de entierro del régimen anterior, pero fue un alumbramiento: se pensaba en dos siglos de enfrentamiento entre las dos Españas. Había que hacer un armisticio general a una guerra de 200 años. Era el alumbramiento de un nuevo país». A su juicio faltó alentar una cultura del esfuerzo y no del dinero. Una cultura del ser más que del tener. Para el escritor Javier Cercas, la culpa de nuestros actuales males no es de la Transición y de quienes la hicieron: «La tenemos tú y yo, nosotros. El problema es qué hemos hecho nosotros con el 78». Y para el filósofo y jurista Javier Gomá, «en la Transición la mayoría de la sociedad decidió olvidar los agravios del pasado (guerra civil y la dictadura) para permitir la creación de un orden constitucional en paz».
Y entre los que no reconocen el pacto de concordia y quieren impugnar el legado de convivencia de la Transición, está Juan Carlos Monedero, uno de los líderes de Podemos, para quien la Transición fue «una mentira de familia que ocultaba un pasado poco heroico y ayudaba al país a sentirse mejor de lo que era», y el consenso constitucional «una palabra mágica que contenta a tirios y troyanos (a unos porque no cuestionaba ningún fruto de su victoria; a otros, porque les entregaba una excusa perfecta para explicar por qué eran tan vociferantes y tan poco consecuentes)». Y remata en su libro La Transición contada a nuestros padres: «La actual democracia es un régimen viciado con un sistema electoral indigno, una restauración bipartidista, retazos de sainete ibérico, jueces escondiendo residuos franquistas y 300.000 niños robados a sus madres».
La concordia es para Monedero ruptura, venganza y revancha, frente a diálogo, deliberación y consenso de la mayoría. Pues la elección es fácil.