Es el negocio del siglo: las concesionarias de autopistas. El Estado les cede una vía de comunicación, o les encarga su construcción, pero con el pago garantizado a costa de las arcas públicas. En algunos casos, incluso ha llegado a rescatarlas cuando la vía que impulsaban naufragaba.
A cambio, las concesionarias se encargan de mantener la vía y de gestionarla, esto es, de cobrar a los usuarios que las usan. O más bien, que tienen la obligación de usarla porque en muchas ocasiones no existen alternativas reales a esa autopista.
Lo menos que se les puede exigir a las concesionarias es que no sustituyan a los cobradores por máquinas, por dos razones: porque los conductores queremos servicio «humanizado» y porque generar empleo es la mejor forma de repartir la riqueza.