El don de Don

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

17 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay series que devienen en sagas. Mad men lo es. Por sus personajes en llamas. Por sus giros de guion. Por la ambientación perfecta. Por hacernos volver a los años sesenta, a la avenida Madison en Nueva York, como si siempre hubiésemos estado allí, a punto de pedir un taxi o un whisky. Por demostrarnos que, debajo de una camisa perfectamente planchada, puede esconderse un hombre totalmente destrozado, un corazón roto como el de Don Draper, un corazón roto que ya solo es capaz de repartir pedazos. El don de Don era ese. Un niño que huye de sí mismo. Siempre un paso por delante de sí mismo, siempre en el límite, con un pie en la cornisa. Con un pasado para olvidar y un presente para seguir olvidando. Irresistible para las mujeres, con esa manera de fumar tan elegante que le copió sin duda a mi abuelo. Pero Don Draper no es el único mito de estas siete temporadas (ocho, con la séptima dividida en dos partes) que ha llegado su fin. La agencia Sterling Cooper dio para muchísimo más. Las mujeres gobernaron siempre la serie. Inmensa Peggy. A la deriva, pero abriendo camino. A veces, con casi ocho temporadas no basta. O sí. Quedan los egos y los ecos de un grupo humano que, en sus sentimientos y en sus pasiones, no le tienen nada que envidiar al Grupo Salvaje de Sam Peckinpah. Pero, con la corbata perfecta ajustada, el pañuelo como una vela asomando por la americana y una sonrisa de diamantes. Los corazones son esponjas. Pero, a veces, chupan veneno.