Obamacare

Enrique Castellón
Enrique Castellón LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

01 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No se calibra bien desde España la importancia de la sentencia del Tribunal Supremo de los EE.UU. que mantiene los elementos clave de la Affordable Care Act, una de las más importantes iniciativas legislativas, si no la más, del presidente Obama, y que entró en vigor en el 2010. Y, sin duda, de las de mayor impacto en aquel país. Una ley que ha resuelto el problema más acuciante y también la más radical paradoja de la asistencia sanitaria norteamericana. La medicina más avanzada e innovadora convive con más de 40 millones de personas sin cobertura médica y otras muchas con seguros precarios o en alto riesgo de catástrofe financiera ante un imprevisto grave de salud. En esencia, esta norma obliga a las aseguradoras a admitir sin restricciones a cuantos ciudadanos lo soliciten, dota a estos -en función de ciertos criterios- de subvenciones con las que suscribir aquellas pólizas y puede penalizarles fiscalmente si no lo hacen. Con ello, los EE.UU. se configuran como un país financiado aproximadamente al 50/50 con fondos de origen público y privado e intermediado por aseguradoras privadas en competencia.

Como en nuestro país este asunto está formalmente bien resuelto, no se valora lo suficiente la importancia política de lo conseguido. La brutal oposición a esta norma ha puesto sobre la mesa argumentos muy variados, en ocasiones contradictorios. En primera línea de crítica, un incremento del gasto y eventualmente del déficit (ha resultado lo contrario), y una violación de la Constitución al atentar contra la libertad del individuo. En segunda línea, la acusación de que se trata de una cuña para la instauración de un sistema nacional de salud de corte europeo (o canadiense), epítome del Estado de bienestar que muchos deploran. En último extremo, una estrategia para derrotar a Obama y hundir su presidencia. Una batalla de estas características muestra lo difícil que resulta modificar el statu quo, incluso aunque la reforma sea moderada y persiga objetivos razonables. Los intereses en juego son importantes y no lo ponen fácil. Pero como en una guerra total, se combate no solo en ese, sino también en otros muchos frentes.

Nuestro modelo sanitario tiene una configuración distinta y, desde el punto de vista de la cobertura y del riesgo financiero está, por así decirlo, mejor rematado. Pero en el mundo occidental los sistemas sanitarios no se diseñaron ex novo y por completo en una página en blanco. Tienen su historia. Son producto de una serie continuada de reformas no siempre fáciles de llevar a cabo. Nuestro propio sistema tiene, hoy en día, ángulos de mejora (en calidad, en eficiencia e incluso en equidad). Pero los cambios se cobran algún peaje. Aquí es donde la experiencia reciente de los EE.UU. nos puede servir. En vez de autocomplacerse en la idea de que se ha alcanzado lo que ellos aún discuten, deberíamos inspirarnos en el ejemplo de coraje político, inteligencia práctica y diseño sólido de las propuestas. Cualidades necesarias para superar un estado tradicional y mejorable de las cosas que siempre alberga intereses y que, lógicamente, tiene contumaces defensores.