Ni nueva ni vieja política. Ni derecha ni izquierda. La tentación de control de los medios de comunicación, de la libertad de expresión y de prensa es tan grande y generalizada que políticos de todo signo y de todo tiempo acaban con los pies metidos en el fango por hacerse con el control del Ministerio de la Verdad orwelliano. La penúltima edición se llama Versión Original y la puso en marcha la alcaldesa Carmena, la abogada laboralista que sobrevivió a la matanza de Atocha, la jueza con marchamo de buena progresista, la candidata a la que la indignación ciudadana llevó al sillón municipal. Tampoco ella resistió y, a un mes de tomar posesión, descontenta con las cosas que lee y escucha, crea una web municipal para poner los puntos sobre las íes a los periodistas.
Aceptamos que los profesionales que ejercemos este oficio, protegido constitucionalmente porque el de la información es un derecho fundamental en las sociedades libres, podemos cometer errores, imprecisiones e incluso negligencias. Pero la sociedad dispone de mecanismos para detectar y repudiar a quienes actúan desatendiendo los obligados códigos deontológicos. ¿Acaso es más fiable la información controlada, parcial, sin contraste y canalizada por medios oficiales? El ejercicio del periodismo libre no está exento de problemas, pero desde luego sirve mejor a la sociedad cuando logra deshacerse del totalitarismo que obliga a contar nada más que la verdad.
Algunos políticos de los que se revisten con la librea de la democracia sin concesiones se permiten ir incluso más lejos que los jueces. Y si no les gusta lo que se publica, piden que se revele la fuente. A este paso, lo del plasma de Rajoy se queda en una chusca anécdota.