La incorporación de una mascota a la familia siempre es un motivo de alegría, o, en el peor de los casos, la satisfacción de un capricho momentáneo. Lo que a menudo resulta menos satisfactorio es el destino final de los perros o de los gatos que en otros momentos fueron motivo de alegría, pero que, con el paso del tiempo, se convierten en fuente de problemas, de gastos, de incomodidades y de limitaciones. Unas veces es por el cansancio, otras por la pérdida de novedad, muchas por el gasto, y no pocas, por los condicionantes que supone. Por eso, en las fechas próximas a las vacaciones son muchos los dueños de canes que los llevan a las sociedades protectoras para deshacerse de ellos. Así ocurre estos días en la de Lugo, donde los perros están hacinados en espera de adopciones que tardan en aparecer. Esta práctica dice muy poco de la responsabilidad social y de la calidad humana de quien, habiendo un día incorporado al perro a su grupo familiar, y convirtiéndolo en un animal protegido y dependiente, después lo abandona. Yo he dejado de acudir a determinados espacios donde siempre que iba me encontraba con perros abandonados, vagando con la mirada triste, el cuerpo famélico y la actitud desconfiada y temerosa. A muchos he procurado sitio, pero a otros no me ha sido posible. He optado, ante eso, por no volver a esos lugares, porque el sufrimiento del perro se transmite también a mí, y lo que iba a ser un día de fiesta se convierte en un día de pena. No hay derecho que esto siga ocurriendo. Y para ellos una solución es, como hacen en países más civilizados en este campo, obligar a esterilizar a las mascotas que los dueños no vayan a destinar a la cría, y hacer un seguimiento de los cuidados recibidos para multar a aquellos que muestren una conducta irresponsable. Los perros en la moderna sociedad urbana son seres vivos dignos de cuidados, y porque aportan mucho también se les quiere mucho. De ahí que no se entiendan bien estas actitudes, tan poco responsables como poco humanas. Como dice un conocido eslogan: «Ellos no lo harían». Claro que en un país donde muchos se divierten viendo sufrir a un toro, estas conductas no pueden extrañarnos, porque la sensibilidad hacia los animales es la misma.