La cuestión de fondo no queda superada con el resultado de unas elecciones autonómicas atípicas que suscitaron el interés internacional. No es otro que la singularidad de Cataluña. Para Junts pel Sí y para CUP, aunque no con total identidad, consiste en la independencia, declarada incluso unilateralmente, lo que no es compartido por el voto de las demás formaciones políticas, sin que sea ahora necesario matizar. Es evidente que desde la Constitución, el marco en el que se convocaron y se celebraron las elecciones, no puede admitirse una declaración unilateral ni tampoco una negociación, porque la autodeterminación no cabe en ella y fue expresamente rechazada por abrumadora mayoría, partido de Mas incluido. En el interregno, no exento de incertidumbre, que se abre hasta las elecciones generales lo más claro que puede decirse es que el Estado tiene fuerza jurídica para impedir lo que fuere un atentado a él.
De otra parte, no hay unanimidad, ni en los partidos que han votado no al independentismo ni en las opiniones publicadas, sobre un reconocimiento constitucional de la singularidad. Unos a favor y otros en contra. En este caso, porque la propuesta sería probablemente rechazada por considerarla una desigualdad intolerable para las demás comunidades autónomas; pero esa reacción no suele producirse, en cambio, para combatir una singularidad tan clara como la reconocida al País Vasco y Navarra, manifestada en los nada irrelevantes conciertos económicos. La Constitución reconoce, aunque transitoriamente, la aceptada singularidad de Cataluña, País Vasco y Galicia y algún sentido tiene que en ella se hable de nacionalidades y regiones, porque la autonomía no es entendible de un modo único. No se trata con esa distinción de clasificar en ligas distintas a las comunidades autónomas. No es menos importante la de Madrid que la de Cataluña y no parece que en aquella pueda plantearse lo acontecido en Cataluña. La diferencia no es necesariamente desigualdad.
Existía un problema en 1978, como en 1931, y todavía subsiste. En la Constitución se encontró una fórmula suficientemente precisa con la que los nacionalistas de CiU se encontraron cómodos que, sin reforma formal, se ha cambiado por la igualitaria del «café para todos». Ni había imprevisión, ni se fiaba el funcionamiento a la lealtad de los nacionalistas. Por el contrario, se confió en el bipartidismo. Solo dos grandes partidos podían, puestos de acuerdo, vulnerar impunemente la Constitución. Utilizaron a los nacionalistas cuando les convenía.
Los independentistas declarados son constitucionalmente irredentos; pero Cataluña los rebasa. El diseño actual ha atribuido por igual a todas las comunidades autónomas más de lo que la Constitución permite. Sin cambiarlo no es agravio para las otras que en el momento oportuno, con consenso y el procedimiento adecuado, se reconozca a Cataluña singularidad que tiene en la Constitución. No sería devolución; sino restitución.