La filosofía de Podemos y sus marcas afines, algunas asociadas también a la comunista IU, se basan en las conocidas recetas de los populismos: soluciones sencillas (y falsas) para problemas complejos. Y estos remedios fáciles inflaman las emociones y son el mayor enemigo de la democracia constitucional porque, como dice el catedrático y académico Benigno Pendás, «en Europa los populismos de derecha e izquierda se traducen en euroescepticismo».
Con esas recetas, algunos gobiernos surgidos de las elecciones del 24 de mayo quieren afrontar los problemas de las ciudades y comunidades que administran, y el resultado es la paralización o cancelación de importantes proyectos e inversiones, con el consiguiente freno a la creación de empleo y riqueza, el aumento de los impuestos y la frustración de algunos ciudadanos y colectivos que se creyeron eso de la barra libre y alcanzar la luna.
La ensoñación de estos regidores la adquirieron después de leer la versión de Pedro y el árbol del dinero, a la que juegan en los Altos de Jalisco. Por eso quieren acelerar la investigación con una semilla que puede producirlo y en el que las hojas serían billetes. Los chamanes dicen que a temperatura controlada daría cuatro cosechas al año y sus agitadores en redes sociales pregonan que con nutrientes especiales lograrían una mensual, suficiente para pagar con holgura a los asesores familiares, rentistas sociales y nuevos subvencionados que han surgido al calor de las promesas del paterfamilias, que como sabemos prefiere ciudadanos subvencionados y dependientes (de ellos), antes que autónomos y libres (de ellos).
Y mientras sueñan, su gran hallazgo, fruto de sus cavilaciones en círculo, es más realista: que una cosa es predicar y otra dar trigo. Los burgomaestres «lloran de rabia e impotencia» en sus poltronas porque no pueden atender todas las peticiones y problemas que les salen al paso y cuando van seguidos de una cámara en el metro o en el autobús no tienen ni tiempo para anotar las demandas que les hacen los viajeros. Tampoco cuando se desplazan en bicicleta y se paran en los semáforos, y mucho menos cuando lo hacen a pie o van a la compra. Entonces la congoja los invade y les impide respirar.
Antes de tener cargos públicos, cuando se dedicaban en cuerpo y alma a la protesta, todo era alegría y buen rollo: hoy pedimos aquí, mañana chillamos allí, pasado ocupamos tal edificio y el fin de semana acosamos a fulanita cuando vaya con sus hijos porque el resto de la semana la muy fascista hija de? se aplica en hacernos la puñeta a nosotros, la gente, disfrutando con la pobreza, los desahucios, el paro y los desamparados de otros países que llegan al nuestro.
Ante esta situación es comprensible que en la sociedad posbienestar en la que estamos y para la que los intelectuales no encuentran nombre sin tener que ponerle el pos por delante, los gobernantes podemitas se dediquen a asuntos trascendentales y difíciles de gestionar, como son el cambio de nombre de las calles que huelen a franquismo, la supresión de los símbolos del Estado y la extinción de la ilusión y la inocencia de los niños, manoseando las cabalgatas de reyes hasta convertirlas en mamarrachadas descristianizadas de ingeniería social.