Si mi padre fuera Conde

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

17 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El patrimonio más valioso suele amasarse a la hora de comer. Ahí, entre la sopa de fideos y las albóndigas, es cuando un padre afina el punto de vista del mundo que dejará en herencia a sus hijos. Mientras los tenedores componen esa sinfonía metálica que es la banda sonora de tu casa, un padre transmite su sentido del amor y la complexión exacta de su honor. Justo ahí es donde los hijos se reconocen, el lugar donde se estrecha un vínculo cuyo poder reside mucho más en la palabra que en la composición molecular del ADN. Mientras tu padre se administra el puchero, te va convirtiendo en lo que serás; coherente o mezquina, leal u oportunista, confiada o esquiva, honesta o aprovechada, considerada, empática, retorcida o presuntuosa.

Si mi padre hubiese sido Mario Conde, lo imagino sobre todo explicando en la mesa que en el mundo hay pringados y afortunados. Lo de robar, en concreto, vendría después.

Como una consecuencia.

Primero lo ubico modelando a sus niños para que confundan los límites del bien, instruyéndolos en ese cinismo chabacano y amenazante que un día le valía para hacer de señorito andaluz y al siguiente le concedía el aplomo displicente del señor de Chaguazoso. Si mi padre hubiese sido Mario Conde, lo supongo estrechando su amor sobre los andamios frágiles del poder y la codicia, compactos en apariencia pero con la fecha de caducidad escrita en la estructura. Cuando se indica a la prole la dirección del lado oscuro, un padre se arriesga a que un día amanezcan en la cárcel o con la cabeza sanguinolenta de un caballo sobre la almohada.

Si mi padre hubiese sido Mario Conde no le perdonaría que al menú de cada día le hubiese hurtado el único ingrediente que tiende a hacer a los hijos más libres y mejores: la dignidad.