Galicia no es de color blanco

Andrés Precedo Ledo CRÓNICAS DEL TERRITORIO

OPINIÓN

08 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días ha sido noticia la intención de la Xunta de componer una paleta de colores para las fachadas de las viviendas atendiendo a las áreas paisajísticas más fácilmente diferenciables. La idea es buena, especialmente para las fachadas de muchos de nuestros puertos marítimos, con el fin de aportar una mayor armonía al paisaje. Un paso más en la lucha contra el feísmo.

Hace ya veinte años que una experiencia como esta se puso en marcha en Asturias. El resultado fue excelente en la primera fase, pero cuando la paleta cromática se extendió a la totalidad del territorio, la aplicación generalizada dio lugar a una serie de paisajes urbanos reiterativos. Lo mismo ocurrió en los centros históricos. Inicialmente, la novedad, importada de Italia, fue bien recibida y algunas ciudades vieron cómo su paisaje más emblemático revivía con el color. El caso más emblemático fue el de Cuenca, y después las ciudades asturianas, principalmente Oviedo. Con el tiempo, la fórmula resultó excesiva y ahora esos conjuntos coloreados nos parecen decorados artificiales. Es preciso combinar la armonía con la creatividad para no caer en la ramplonería. Dado que aquí empezamos el experimento con tantos años de retraso, sería bueno estudiar primero las experiencias de los que lo hicieron antes.

Pero, hay otra cosa que me llamó la atención y me preocupó: el afirmar que en Galicia las casas en los pueblos y en el medio rural eran blancas y que el color era una moda inadecuada. Estuve mirando imágenes antiguas y revolviendo en mis recuerdos, y debo decir que esa valoración no es del todo correcta. En Galicia hay una gran variedad y lo que domina es la fachada de piedra, sea granito, sea esquisto, o sea pizarra. El color quedaba reservado para los balcones, las puertas, las contras y otros elementos de madera, casi siempre azules, verdes, marrones.

En el norte de Galicia, en la Galicia pizarrosa de tejados grises, el color dominante un enfoscado ocre o crema, y en el resto no faltaban otros tonos, casi siempre claros. Era en los pueblos marineros donde el color de las embarcaciones prolongaba el cromatismo marino a las fachadas de las casas de pescadores. Una imagen característica de todos los pueblos de pescadores del norte de España. Cierto que hubo épocas en que las fachadas, incluso las de piedra, se cubrieron de blanca cal, pero eso fue más por razones higiénicas ante determinadas pestes o epidemias. Galicia empezó a pintarse de blanco en el siglo XIX, desde los balcones y las galerías -antes muchas eran de color- hasta los revestimientos de las fachadas, incluso la propia piedra granítica. Recuerdo la plaza de A Leña de Pontevedra repintada de blanco, y conservo imágenes muy alegres de entonces.

En definitiva, está bien armonizar, está bien poner una paleta de buen gusto, pero es necesario no inventar el paisaje, y dejar que los ciudadanos puedan decidir cómo quieren que sean sus casas. Me contaron un día que en Suiza tienen que ser los vecinos los que aprueben el color que cada uno quiere poner a su fachada, pues al fin y al cabo son ellos los que la van a padecer o disfrutar.

Nada hay peor que imponer normas rígidas y limitativas. El paisaje se enriquece con imágenes que reflejan la cultura y los modos de vida de quienes los habitan. Los paisajes son vivos, y por eso cambiantes. Otra cosa sería artificio.