La geografía de la Vuelta

Andrés Precedo Ledo CRÓNICAS DEL TERRITORIO

OPINIÓN

02 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Una vez más, la Vuelta a España ha puesto en millones de pantallas las bellezas de Galicia. Fue una selección que compendió acertadamente las grandes piezas de la geografía de esta Galicia tan humanizada: unas veces bien y otras no.

El primer día mostró una visión, para muchos chocante, de un mar interior en Castrelo de Miño. Al día siguiente, el camino hacia Vigo -los espectadores solo vemos la parte del recorrido en el tiempo de emisión- mostró una Galicia de montes graníticos y depresiones sucesivas donde se asientan los valles que albergan poblaciones e industrias. En unos y otros casos, el desorden territorial hizo su aparición, pero pasó a segundo plano cuando la cámara enfocó la espectacularidad de las colinas que rodean Vigo, repletas de casas, dejando entrever el perfil de las islas Cíes al fondo de la ría: una grandiosa síntesis de la belleza del marco natural de las Rías Baixas. El puerto de Baiona añadió un emblema de nuestro litoral más turístico.

Fue en la tercera etapa, cuando la cinta subió y bajó por los verdes corredores que conectan la ría de Muros y Noia con la meseta del Xallas, una verde antesala a la aparición, en la Costa da Morte, del siempre mítico monte Pindo, con la ensenada y la cascada de Ézaro. El mirador que es ya hito ciclista y es también uno de nuestros iconos visuales.

El siguiente día paseamos con la cámara por los paisajes de la Rías Altas, donde unos valles ordenados y bien cultivados dieron una imagen de la Galicia rural más inusual, y que culminó en los insuperables acantilados de Vixía Herbeira y el Ortegal, probablemente un nuevo icono del ciclismo español. El quinto día el ascenso quebrado a la meseta lucense nos llevó por las llanuras de A Terra Chá y sus bordes, por las tierras del Alto Miño, donde la vegetación de carballos y abedules sigue siendo dominante, para terminar en Lugo, una ciudad doblemente anillada: por el muro romano interior y por el anillo verde Miño-Rato exterior.

En la siguiente etapa, Ribeira Sacra, una avería impidió la toma de las vistas aéreas que estábamos esperando; menos mal que se proyectaron al iniciar la transmisión siguiente. No hubieran sido necesarias para comprobar, una vez más, la geografía, casi arqueológica, de los cañones del río Sil y de sus aterrazadas laderas, porque fueran por donde fueran, siempre estuvieron presentes a cada vuelta del recorrido. Claro que nos faltaba el monasterio-parador de Santo Estebo, que yo esperaba ver como telón de fondo de la meta. Hubo una etapa más, pero la hora de transmisión solo me dejó ver los páramos casi desnudos de las sierras que circundan los puertos de Padornelo y A Canda. Vimos la Galicia infranqueable del contacto con la meseta castellana y también los trazados, viaductos y túneles que visualizaron la lucha por romper nuestro aislamiento terrestre.

Un paseo que sintetizó acertadamente la hermosa geografía humana de Galicia, y que convenció -a quien aún no lo estaba- de que seguimos siendo una tierra llena de oportunidades, porque la naturaleza, la geografía y la historia han sido pródigas con nosotros. Nos toca conservarla, mejorarla y convertir la tierra, como siempre ha sido, en oportunidades de empleo y de fijación de población, porque el mayor peligro para la degradación de los paisajes humanos es la despoblación. Y en eso deberían estar nuestros nuevos o viejos políticos.