¿Por qué el iPhone jamás se fabricará en EE.UU.?

OPINIÓN

JOEL CARRETT | EFE

Donald Trump ha prometido muchas cosas para llegar a la Casa Blanca. Una de ellas es fabricar el móvil de Apple en Norteamérica. Y eso es imposible. Te explicamos la razón

10 nov 2016 . Actualizado a las 10:41 h.

Es seguro que a estas alturas el gran Trump ya se habrá puesto manos a la obra con el listado de promesas. Ahí tiene el ejemplo de los brexiters. Y es probable que haya empezado por una que no tuvo demasiado eco, pero que sin duda le ha dado los votos decisivos para ganar, y cuyo cumplimiento le garantizará la reelección: desde ya el iPhone se fabricará en América. Por decreto ley. El truco de márketing, «Diseñado en California, ensamblado en China», ya no cuela. Y no cuesta imaginar la respuesta de Tim Cook a una llamada de Donald, porque no es la primera vez que un presidente de Apple es preguntado al respecto.

En febrero del 2011, nueve meses antes de morir, Steve Jobs cenó con Barack Obama, en una reunión con las mejores cabezas de Silicon Valley. Cada gurú llevaba una pregunta para el presidente, pero en el turno de Jobs, quien preguntó fue Barack: «¿Por qué no puedes fabricar el iPhone en casa?». La respuesta de Jobs explica lo que le pasa al mundo, a qué se debe esta ola de nacionalismo y antipolítica, y por qué la solución no será sencilla. «Esos trabajos, presidente, se han perdido y nunca volverán». No se trata solo de costes salariales, que también. El iPhone es un producto coral, con semiconductores de Alemania y Taiwán, tarjetas de memoria japonesas, pantallas coreanas, metales raros de minas africanas... Y eso solo se puede ensamblar en China, por los flujos logísticos, la flexibilidad (es decir, la ausencia de cualquier tipo de derecho laboral) y la formación del trabajador industrial medio. Algo perdido para siempre en el cinturón oxidado que ayer le dio la victoria a Trump.

Asumido que el ingenio de la manzana es un producto irremediablemente global, que no se puede fabricar en un único país y menos aún en factorías americanas, la promesa de Trump solo deja dos caminos: iPhones de pega como el último trebello extremeño, con la pegatina de la bellota, o piezas auténticas importadas de estraperlo que se venderán por 3.000 dólares en el mercado negro, como ocurría en la Argentina de Kirchner (está todo inventado, Donald).

Más allá de la metáfora, lo que se juega el planeta en estos cuatro años de Trump es saber si vamos a seguir viviendo en un mundo cada vez más interconectado, con menos fronteras físicas y mentales, y capacidad técnica e intelectual para avanzar más en una década que en el último siglo. O si vamos a volver al teléfono de disco y de ahí a las cavernas. Mientras las denostadas élites que han despertado el monstruo no se den cuenta del problema, y no hagan nada para evitar que la brecha económica, social, cultural y educativa se siga agrandando, ese nuevo mundo estará en peligro y no podemos descartar el camino de vuelta.