Moix versus Falcone

María Xosé Porteiro
maría xosé porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

02 jun 2017 . Actualizado a las 16:39 h.

Bouza

Hubo una vez un presidente del Gobierno que justificó el cese de su ministro de Justicia por irse de cacería sin tener licencia: «Un ministro debe tener sus papeles en regla», sentenció. Ya casi nadie recuerda el paso de Bermejo por el ministerio que ahora preside Catalá, pero la historia del cazador cazado queda en los anales de la política española y revive hoy con la del fiscal fiscalizado, y reprobado, por la opinión pública y por cualquiera que tenga dos dedos de frente. Porque ¿cómo puede garantizar una lucha eficaz y creíble contra la corrupción alguien que oculta información sensible vinculada con su patrimonio, comprometiendo la limpieza de su expediente? ¿Quién puede garantizar que decía la verdad cuando al jurar su cargo afirmaba reunir todas las condiciones -se supone que técnicas y éticas- para su desempeño? 

En este reino de pícaros el más tonto hace bolillos y hay que ser muy confiado para pensar que algo así es ocultable a estas alturas, cuando la discreción se ha convertido en misión imposible y las informaciones más comprometidas se cuelan, veloces, por cualquier rendija de un sistema que hace aguas.

La España de la posverdad viaja perpleja, de canal en canal, entre Madrid y Panamá, conociendo el recorrido de listezas dibujadas para ocultar el patrimonio del fiscal anticorrupción. O lo que es lo mismo, para hacerse transparente incluso ante el fisco, paradoja inconveniente, cuando menos por parte de tan alto funcionario público que estaba en boca de todos por otras razones, más de política pura que de su conducta como ciudadano de bien.

Se nos queda la cara a cuadros solo de imaginar que quien se ocupa de nuestras cosas, haya colocado a un mamífero de cola plateada al cuidado de las aves ponedoras de garantías y limpiezas varias, en este corral de la Pacheca en que se está convirtiendo la villa y corte. Y la confianza se nos rompe, hecha trizas, porque el pilar del sistema garantizado por la independencia -y se presupone, que también la decencia- del poder judicial se va desmoronando a una velocidad vertiginosa.

El fiscal general Maza, con el apoyo de su ministro y de su presidente, cubrió las espaldas de quien hoy se va de rositas «por cuestiones de índole personal», pero hay muestras sobradas de que, tarde o temprano, en el escenario del crimen suele quedar algún rastro que permita llevar a buen fin la investigación, por aquello de que la rectitud también habita entre los renglones torcidos.

Una vez más, el hedor en el fondo y en la forma, produce náuseas. Cuando Giovanni Falcone, a la sazón juez anticorrupción en Italia, estaba en plena batalla contra la Tangentopoli, prácticamente solo ante las instituciones, el poder corrupto y la indiferencia de la sociedad, dijo algo que hoy debería hacernos reflexionar: «La mafia no es solo quien mata, también es quien manda».