Bajar al Metro

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

15 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Como en Galicia no hay, cada gallego tiene su Metro de adopción. Hay quienes se decantan por el underground de Londres, los que prefieren el métropolitain parisino y los que optan por el subte de Buenos Aires. Miguel-Anxo Murado recordaba aquí mismo, en un hermoso artículo, cuál es el suyo:

-Como en Madrid vivo a solo una parada de Metro de la Guerra Civil, decidí ir a dar un paseo por allí.

La Guerra Civil era la Ciudad Universitaria, donde se usaron como chalecos antibalas los gruesos libros de Filosofía y Letras.

A mí, tal vez porque ya en casa, cuando era niño, había un Monopoly donde la calle más cara era el paseo de Gracia, me tocó el Metro de Barcelona. Durante un par de años me subí a la línea 3 para ir de la facultad de Matemáticas al barrio de Gracia. Es una de las líneas más viejas y la más frecuentada por los turistas, porque da un largo rodeo por el centro para ir dejando viajeros en medio de las Ramblas, pero posee el encanto que solo desprenden las cosas trasnochadas y poco útiles.

A lo largo de sus 18,5 kilómetros y 26 estaciones, esta ciudad subterránea, paralela a la Barcelona epidérmica, tiene de todo: un palacio real, una estación de tren, una cárcel abandonada, unas atarazanas, un teatro de la ópera y un hospital.

Pero lo más asombroso de la línea 3 del Metro de Barcelona es lo cerca que están Cataluña y España. Solo cuatro paradas -Poble Sec, Paralelo, Drassanes y Liceo- separan las dos plazas.

A pesar de todo lo que hemos leído y oído, pese a las bravuconadas de unos y la incomparecencia de otros, cuatro paradas no parecen una distancia insalvable.

A lo mejor todo el problema se reduce a que los políticos, seres superficiales por definición, nunca bajan al Metro.