Una cena

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

26 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las noches del verano gallego son incomparables, difíciles de contar para aproximarnos a una foto fija en la que subrayar la noche detenida, perezosa, indolente y cálida. Una de ellas, en el corazón de la semana que concluye, compartí mesa y mantel con una pareja de amigos. Quedamos a medio camino de su casa y de la mía. Era la misma mar e idéntica la noche estrellada. El nordés y otros vientos amigos estaban camuflados entre remolinos propios y ajenos, y de guardia quedó la brisa alborotando la playa adormilada con la noche encima.

Una semana había transcurrido desde que en Barcelona asesinaran en nombre de Dios a quince ciudadanos inocentes que una mano homicida sembró de muerte. Después de los calamares en salsa que me devolvieron sabores de infancia, y tras las consabidas confidencias más o menos recíprocas que daban cuenta del final del verano, entramos de lleno en el estado de la cuestión, evitando análisis serenos, circunloquios intelectuales y buenismos del tres al cuarto para hacer balance de lo sucedido, dejando un hueco a las emociones de gentes del común conmovidas por una tragedia reiterada que nos obliga a ignorar causas injustificables y que nos negamos a abordar entre nuestra incapacidad y la vesania ajena.

No volvimos a quejarnos de que esta era una guerra que íbamos perdiendo, ni interpretamos las suras del Corán como un mantra que no nos corresponde descifrar, pero eso sí, enmarcamos en la lectura independentista del soberanismo catalán las agresiones gratuitas que distinguían el origen de los muertos, poniendo en la mesa de las autopsias a los asesinados catalanes en un recuento infame que los separaba, en boca de un alto responsable de la Generalitat, de los fallecidos españoles.

No caímos en la trampa de cristianos versus musulmanes, y censuramos los más evidentes fallos de un suma y sigue que se enumera con un cui prodest que no es el momento de desvelar.

Colocamos metafóricamente en el mismo pecho colectivo de los Mossos la medalla al mérito que no hurtamos a la Policía Nacional y a la Guarda Civil, a la vez que negamos en voz alta que la policía autonómica sea el ejército de un Estado soberano, y con cierta pasión sosegada pasamos de la tortilla al café, reiterando nuestra preocupación por el primero de octubre, por los supuestos, peligrosa y equívocamente pintorescos, de la CUP, y de Podem y del papel irreflexivo del Partido Socialista Catalán

Sobrevoló la mesa la sombra nefasta de Aznar -de aquellas lluvias estos lodos- y la complacencia de Zapatero, a la vez que evitamos a Rajoy, que quedó para otro almuerzo.

Como ven, fue una cena de periodistas, de amigos, un encuentro en el límite del verano en una orilla de la mar anochecida. Quedamos, si Dios nos da salud, para otro agosto. Ya les contaremos.