«Onte paseime»

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

emilio moldes

28 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En estos tiempos en que proliferan los programas sobre gastronomía, dietas y similares, me ha sorprendido un artículo publicado en este diario que hace referencia a la dieta veraniega de los gallegos. Ni berenjena, ni calabacín, ni sandía, aquí comemos callos, cocido o rabo estofado aunque estemos a cuarenta grados. En Galicia somos así, ¿Pasa algo? 

Lo hacemos en restaurantes pero también somos capaces de juntar ciento cincuenta mil personas para comer pulpo, decenas de miles para ingerir empanadas o más de veinte mil para comer callos o panceta. Nuestra dieta está al margen de los calores veraniegos, del cambio climático y de cualquier otra eventualidad, si nos apuran hasta podemos tomarnos una ensaladita pero, ojo, solo es un paso atrás para coger fuerza.

Tenemos fiestas que consisten en montar casetas y pasar el día comiendo: Órdenes de la vieira, cofradías del cocido, del orujo o de la almeja. En la fiesta del patrón comemos como si el mundo se acabara esa noche y en nuestras bodas en vez de la hoja con el menú deberían entregarnos un tratado de zoología marina.

Al contrario que en el resto de España, en Galicia no existen las comidas de trabajo, aquí son solo comidas. No nos gustan los restaurantes pretenciosos en que el plato está decorado con salsas de colores y en el centro hay un mejillón encapsulado, ¿esto qué carallo es?, preguntamos con razón. Tampoco soportamos los menús degustación, si vamos a un restaurante y queremos carne asada nadie tiene que decirnos qué tenemos que comer. ¿Y qué me dicen del menú del día? Si no nos ponen la sopera llena o patatas fritas, pedimos el libro de reclamaciones.

Aquí quedamos para comer o cenar, nada de tomar un refresco; hablamos más de restaurantes y cantinas que del tiempo, que ya es decir, y en cada comida vamos quedando para la siguiente. Es verdad que de vez en cuando nos excedemos, pero siempre tenemos a mano una frase para solucionarlo porque nuestra lengua está preparada para cualquier exceso: «Onte paseime» o «estou que verto». Yo no sé si España es un estado plurinacional pero desde luego aquí comemos de manera diferente. Desconozco cuál es la explicación, pero si el estómago es «una porción dilatada del tubo digestivo con forma de jota» el de los gallegos debe tener forma de gaita y, si se fijan, en vez de sonidos intestinales nosotros interpretamos auténticas muiñeiras. No tenemos reflujo, tenemos retranca.

Tenía que contárselo a alguien. La semana pasada tuvo lugar la cena que cada verano hacemos los vecinos del pueblo; no puedo reproducir el menú porque no cabe en una columna como esta, pero se lo pueden imaginar. A la mañana siguiente buena parte de los asistentes deambulaba por el pueblo repitiendo el consabido «onte paseime», mientras ya se hacían las primeras propuestas para el año próximo. Sitio distinto. Por mi parte, sigo convaleciente: no creo que pueda ir a cenar los callos de esta noche.