Galicia no se acaba nunca

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

02 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Como el París de Vila-Matas, o la Roma de Indro Montanelli. Galicia es mucho más que un territorio, más que un estado de ánimo sostenido por las vigas maestras de la nostalgia y la melancolía, más que un país de gentes de trazos cerebrales suaves y hospitalarios, más que el fin de un camino señalado en el mapa de las estrellas, mucho más que un finisterre lleno de extramundis con la magia como sustento de una mochila llena de paisajes.

Cada paisaje es una tarde o una amanecida poblada de azules, o «do seu verdor cinguido», como subraya el himno común en una de sus estrofas, y cada color encierra el tono cromático de la mar, o la profundidad de un valle campesino que comienza al oeste de una carballeira o de una fraga donde canta un río su melodía fluvial,

Y las ciudades, los pueblos, las aldeas, los faros que iluminan la vida y que rompen las sombras quebrando oscuridades cuando sabemos que no era cierta la negra sombra que nos cubría con un manto de espantos.

Galicia no se acaba nunca, ni en A Coruña, o en Ourense, ni en Pontevedra o Santiago, no se acaba en Buenos Aires ni en Madrid y duerme la siesta de un danzón difuso en La Habana, que todos los lugares son Galicia, la Galicia in itinere de Bergen o Fráncfort, la que emigró a Londres, la que colecciona morriñas en Montevideo, la que canta un fado lleno de alalás en la Alfama lisboeta.

No se acaba en los recuerdos de un verano concluso que languidece cuando muere agosto. La Galicia del retorno, la que viaja con nosotros allá donde vayamos, la que navega los océanos desde el Gran Sol, o las Malvinas, desde Capetown hasta el Índico, Galicia no se acaba nunca, cuando te vas, cuando queda atrás tu pueblo, diseñas el regreso aunque los meses de distancia mantengan la tozudez de la lejanía, y la añoranza se convierta en la fábula jubilosa de un tiempo en el que la felicidad acudía a nuestro portal a buscarnos para jugar en la plaza a los juegos con los que aprendimos a soñar.

Galicia no se acaba nunca y crece en la lengua frutal de los gallegos, en un idioma que escribe colo o bolboreta y describe el vuelo silencioso de una avelaíña que cruza el universo todo.

Y ahora comienza Galicia para los que estamos lejos, para quienes distinguimos patria de matria, para quienes sabemos que en la mitad de las escaleras no hay descansos y bajamos o subimos conscientes de que escasas veces utilizamos depende para negar o asentir. Por eso y por tantas cosas que no caben en un folio, Galicia no se acaba nunca.