¿Turismofobia o sentido común?

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

06 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Recuerdo las vacaciones de mi infancia. Toda la familia embarcábamos en la motora que hacía la ruta de Vilanova a la Illa de Arousa y allí pasábamos el mes de agosto. Mis padres, con buen criterio, buscaron un sitio sin coches, donde un montón de niños pudiéramos jugar sin peligro por las calles del pueblo. En aquella época solo unas pocas familias veraneaban en la isla y creo que esa tranquilidad condicionó mi visión posterior de las vacaciones y del turismo masivo. Tal vez por eso, me he alegrado al ver que este verano ha saltado a los medios de comunicación el debate sobre la masificación turística; obviamente, no estoy de acuerdo con las formas con las que algunos lo han planteado en la calle, pero tampoco con quienes justifican cualquier desmán por la importancia económica del sector. Negar que existe un problema no contribuye a su solución y, lo que es peor, lo agravará año a año.

Para situar la cuestión les aclararé que no me refiero al modelo de Magaluf, en Baleares, ni al caso del centro de la ciudad de Barcelona, pero el fenómeno comienza a extenderse a muchos pueblos y barrios. Lo estamos viendo en los cascos viejos de Santiago o de San Sebastián, por poner solo dos ejemplos, y en muchos pueblos y lugares de la costa española; el caso de San Juan de Gaztelugatxe, que publicaba La Voz, es un buen ejemplo. En Galicia, que hasta hace poco parecía permanecer al margen de esa situación, el fenómeno comienza a extenderse.

Nadie niega el efecto dinamizador del turismo, ni que hoy disfrutan de vacaciones familias que antes no podían hacerlo, pero eso nada tiene que ver con lo que está ocurriendo.

Muchos lugares de veraneo son percibidos hoy por los visitantes como espacios en los que todo está permitido, en el que se puede hacer ruido a cualquier hora del día o de la noche, beber y orinar en la calle u ocupar espacios públicos con las terrazas; frente a esto, los vecinos tienen que aguantar y callar, en virtud de alguna ley no escrita que les condena a esa situación. Cualquier conducta similar sería corregida en otro ámbito, pero en el caso del turismo no se hace.

La mal llamada turismofobia no es más que una preocupación creciente, que yo comparto, por un proceso de masificación estacional al que no es ajeno el previo deterioro de las costas y la especulación inmobiliaria en pueblos y ciudades. Ante esto, ante el papanatismo que mide el éxito por el número de visitantes, solo cabe abordar la cuestión y plantearse retos como la desestacionalización, la diferenciación de la oferta y de destinos y, por qué no, algunas limitaciones. En resumen, sentido común.

En los próximos días nos bombardearán con declaraciones sobre el éxito de la temporada en el número de visitantes, ingresos, etcétera, sin el más mínimo espíritu crítico. Olvidaremos las colas en el barco, el atasco de la playa o la paella fosilizada, pensando que las próximas vacaciones algo cambiará. Como yo lo dudo, me conformo con recordar las carreras por la playa de Cabodeiro y los viajes en la lancha de A Illa.