Circofobia

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

09 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El circo, el mas débil eslabón de los espectáculos, el indefenso arte clásico de los titiriteros, la escuela prodigiosa de contorsionistas, maestros de los malabares, magos y payasos, inventores de maravillas y asombros, está siendo perseguido, agraviado, hostilizado y condenado al trastierro urbano, por la agresión de grupos de animalistas que han encontrado en el circo una diana donde lanzar sus dardos envenenados.

El circo no tiene quien le defienda, el viejo espectáculo tradicional de origen zíngaro, el gran circo europeo ecuestre e itinerante, languidece solo, perdido en la periferia de las ciudades a las que no puede acceder por ese extraño movimiento buenista que veta al circo con animales.

Doy por buena la eliminación en las funciones circenses de los números con fieras y animales enjaulados. Sin animales no quiere decir, como bien saben los manipuladores grupos animalistas, sin todos los animales.

En sociedades con la legislación más avanzada en cuanto las actuaciones de animales artistas como las del norte de Europa, Suecia o Dinamarca, se autoriza, e incluso se promueve por razones didácticas, la utilización de caballos y animales domésticos y de granja en los circos en gira por los respectivos países.

Asociaciones, sin duda minoritarias, de animalistas quieren presionar a la Xunta de Galicia llevando sus planteamientos prohibicionistas a todos los animales en la próxima y al parecer inmediata ley de bienestar animal.

¿Cómo se puede poner veto al clásico baile jerezano de los caballos andaluces, o al deslumbrante espectáculo de alta escuela española en Viena?

Los animalistas mienten a sabiendas de que engañan. Como lo manifestado hace una semana por un responsable de una organización instalada en Galicia, que argumentó que había dos compañías actuando con animales, una en Arteixo y otra en Foz, sabiendo que era completamente falso.

El bienestar animal es no tener un perro de cuarenta kilos en un piso de noventa metros, castrado y alimentado con pienso, o convivir con un gato que no puede salir nunca de la vivienda que ocupan sus amos y con las uñas cortadas o extirpadas para que no estropee los muebles. El bienestar animal es evitar el abandono sistemático de mascotas y no la implacable persecución de los circos en gira por España.

Los circos son la caravana de la fantasía, una forma acaso arcaica de diversión, un mágico espectáculo infantil, previo a la inmersión de los niños en consolas y videojuegos. Quizás muchos de sus acosadores sufren coulrofobia, que es el síndrome del miedo a los payasos. Quizás en su infancia. ¿Quién sabe? Viva el circo.