La puerta del otoño

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

23 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana el otoño dejó entreabierta la puerta que conduce a octubre, noviembre y a los 21 días de diciembre que preludian el invierno.

Las puertas en este tiempo son giratorias, solo la merma de los días da cuenta y razón del oro viejo que se instala en los caminos poblados de un paisaje sepia que tamizan los dorados de los árboles desperezándose. Concluye la vendimia y las últimas fiestas que alargan los días felices del verano, que comienza a desvanecerse en el álbum de las referencias vividas, ponen la nota amable en los carteles que anuncian las orquestas,

Primero el santo Froilán, que en lugar de llevar junto a sí un lobo, parece portar el pulpo como animal totémico de las fiestas luguesas proclamando un Domingo das Mozas campesino, y luego la conmemoración antañona de las ferias mindonienses de As San Lucas, con más de ochocientos años a sus espaldas, para festejar el pan y el ganado caballar que baja al galope por la Xesta para reverenciar a su paso frente a la catedral, a nuestro santo patrón, médico divino Lucas y al santo que inventó Galicia, nuestro adalid Rosendo.

Después se cierra Galicia a los días rosados de julio y agosto con el epílogo de septiembre, se ponen candados virtuales en las cancelas de Pedrafita, y en el Padornelo, y en la mar los barcos del recreo estival, los veleros, cruzan perdiéndose, la raya difusa del horizonte.

Yo he sido partidario histórico del otoño. Fue para mí una foto fija en la que yo veía, cada inicio de curso, escolar o laboral, el comienzo de un tiempo nuevo.

Pero aquel retrato en blanco y negro y luego en color se fue virando a sepia y presagiando otoños personales que inundan de melancolía mi espíritu.

Ahora el otoño deseo que se convierta, ya se ha convertido, en el camino que me lleva, entre dos estaciones, a una reflexión serena como si estos meses, estos tres meses venideros, transcurrieran entre lecturas de Virgilio, leídas en voz alta, cuando declinan las tardes alargadas de esta estación otoñal.

No crepita la leña que arde en la chimenea, ni desayuno castañas cocidas con una taza de leche caliente, y sin ser defensor de este tiempo, disto mucho de haberme convertido en detractor del otoño.

Acaso porque yo mismo ya he llegado al inicio de mi personal estación, que marcan los años vividos. Mi edad comienza a parecerse a los días dorados del otoño, que también se posó en mi cabello y en mi barba mudando su color, que ya se ha encanecido por completo.

Y tengo que saludar al señor otoño como hago cada año en estas mismas páginas para pedirle que traiga las lluvias a mi país y que atempere los fríos para que pueda seguir escribiendo que el otoño, mi viejo camarada, también es vida, la misma que nos trae y nos lleva por estas fechas a lo largo de toda la memoria que cabe en nuestros recuerdos.