¿Quién gana aquí?

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

15 oct 2017 . Actualizado a las 10:26 h.

La convivencia entre una izquierda radical independentista como la CUP, con ERC, nacida contra la corona española decimonónica, y la derecha de toda la vida e idénticos intereses que en el resto de España, ahora PDCat, se ha demostrado inviable e inservible. El sentimiento de patria no alcanza para redirigir los destinos de un pueblo, cada vez más fracturado, en este inicio del segundo milenio y en una Europa con amenaza de exanguinación. A veces los papeles se invierten y los arquetipos se confunden hasta convertirse en el haz y el envés de una misma realidad, según el momento. No hay ying sin yang, como sin Alonso Quijano no habría Sancho Panza ni Carles Puigdemont sin Mariano Rajoy. Y sin el salto en el vacío del independentismo no habría renacido el patrioterismo agazapado en la caverna desde el fallido tejerazo.

Pero si malos son los extremos, pésimos son los desencuentros, porque no hay voluntad de encontrar el punto de equilibrio entre dos polos que ni por opuestos se atraen. España padece lo ocurrido pero lo peor va para Cataluña, faro y avanzadilla de la cultura mediterránea; tradicional puerta de entrada y diálogo fructífero con los vecinos del norte de África, del sur de Europa y de Oriente próximo, que lleva cuarenta años gestionando sus propios recursos, su lengua, su cultura y su modelo de sociedad, incluyendo en ella a uno de los mejores clubes de fútbol profesional del mundo.

En el 92, Barcelona fue la imagen que proyectó al mundo el milagro español durante unas olimpiadas memorables. Cataluña viene recibiendo los mayores contingentes de visitantes extranjeros atraídos por su cosmopolitismo, sus vestigios históricos magníficos y bien conservados, zonas rurales con personalidad propia, una costa elegante y cálida, y una curiosa mezcla de glamur y mestizaje que, combinados, le han dado carácter e interés.

El actual poble catalá es producto de sucesivas fusiones a lo largo de la historia, donde lo ancestral tiene valor antropológico; pretender convertirlo en argumento de futuro es ir contra corriente y anacrónico. La aventura que nació como reivindicación del derecho a decidir, se ha convertido en lucha sin cuartel de una parte de Cataluña contra otra, y contra el resto de España, generando oscuridad y miedo ante un futuro que se anunciaba próspero y hoy se difumina a gran velocidad.

Si la bomba catalana no se desactiva por la vía de la inteligencia, además de España, el proyecto europeo puede saltar por los aires. En el conflictivo escenario internacional, dejar el futuro inmediato en manos de líderes tan poco fiables como Trump y Putin, o de intereses tan contrapuestos como los de China y los poderosos gobiernos árabes, es juntar el hambre con las ganas de comer.

Parece necesario un cursillo de márketing para que estos políticos testarudos y raquíticos entiendan que win-win es igual a una victoria redoblada.

O dicho de otro modo, que si no se arreglan, aquí perdemos todos.